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Universidad de La Habana

On-line version ISSN 0253-9276

UH  no.278 La Habana July.-Dec. 2014

 

ARTÍCULO ORIGINAL

Estados Unidos: declinación, estrategia global y recuperación hegemónica en el siglo XXI


United States: Decline, Global Strategy, and Hegemonic Recovery in the 21st Century

 

 

Luis René Fernández Tabío

Centro de Estudios Hemisféricos y Sobre Estados Unidos (CEHSEU), Universidad de La Habana, Cuba.


RESUMEN

La transición del sistema mundo del unipolarismo hacia el multipolarismo representa un desafío para el predominio global de los Estados Unidos. Su condición de superpotencia se encuentra cuestionada por los avances logrados por otros centros de poder emergentes como son los casos de China y Rusia. En tal sentido, las consecuencias derivadas de la crisis económica de 2008, el elevado costo que representó el gasto militar en las contiendas derivadas de la lucha contra el terrorismo y la creación de nuevas estructuras multilaterales en el espacio latinoamericano, su tradicional región de influencia, ponen en entredicho la hegemonía y la indispensabilidad estadounidense. Por tal motivo, en ese país se ha iniciado un debate crítico que, con un enfoque pragmático de la política exterior, pretende articular una estrategia que garantice el liderazgo a través de alianzas megarregionales, la creación de Tratados de Libre Comercio y una renovada diplomacia pública.


PALABRAS CLAVE: hegemonía, nuevo orden mundial, política exterior.


ABSTRACT

Transition of uni-polarity, towards multi-polarity in world system, represents a challenge for United States global predominance. Its super power condition is being questioned by the advances by other enters of powers, such as China and Russia. Thus, the consequences derived form 2008 economic crisis, the elevated military expenditures in wars against terrorism, and the creation of new multi-lateral structures in the Latin American space, its traditional region of influence, question the North American hegemony and sine qua non character. That is why the country has started a critical debate on its foreign policy, with a pragmatic approach; it attempts to articulate a strategy that guarantees the leadership through mega regional alliances, the creation of free trade treaties, and a renew public diplomacy.


KEYWORDS: hegemony, new world order, foreign policy


 


Transcurrida la primera década del siglo XXI, temas tales como la declinación hegemónica relativa de Estados Unidos, las implicaciones de ese proceso para la economía mundial, las relaciones políticas y el nuevo orden global adquieren enorme relevancia. El proceso anteriormente señalado y el auge de nuevas fuerzas políticas internacionales, potencias emergentes y alianzas, algunas contrahegemónicas, permiten prever variantes en la formación de un nuevo orden con inclinación al multipolarismo. Aunque probablemente todavía ese orden contaría con una ligera preminencia de Estados Unidos como gran potencia por algunos años, el mayor equilibrio de fuerzas, implicaría un clima de creciente vulnerabilidad y potenciales escenarios de inestabilidad y violencia como vía para la solución de conflictos, si no se refuerza el papel de instituciones internacionales.

Para las próximas dos o tres décadas no se puede prever el futuro con precisión; depende tanto de la evolución de la actual gran potencia norteamericana, de sus principales aliados ?G-7, Canadá, la Unión Europea, Japón? y de otros importantes actores globales como el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Además, debe contar también con el desarrollo de otras alianzas, asociaciones y procesos de integración que escapan al dominio estadounidense; tal es el caso de la Unión Suramericana de Naciones (UNASUR), la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Comunidad de Estados

Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en nuestra subregión.

Las notas siguientes, pretenden realizar una aproximación preliminar a estos problemas, a partir de una breve exposición sobre algunas interpretaciones de la declinación hegemónica relativa de Estados Unidos y sus implicaciones para la política internacional en los próximos años. Se consideran algunas de las principales estrategias de los sectores de la clase dominante, que se vienen delineando por los centros de pensamiento, expertos e instituciones académicas en ese país, para lograr contrapesar la tendencia al deterioro de la posición de hegemonía. Algunas evidencias recientes de ajustes en la política exterior estadounidense, el discurso oficial del gobierno y el debate al interior de la clase dominante parecen confirmar la introducción de algunos elementos de los diseños estratégicos propuestos, aunque el curso definitivo podría variar como parte de los resultados electorales en 2016 y el eventual fortalecimiento de tendencias reaccionarias y neoconservadoras, si les favorecen las contiendas políticas domésticas.

Para los países más próximos geográficamente a Estados Unidos ?como es el caso de México y Cuba, y en general la subregión de América Latina y el Caribe?, conocer estos procesos, tendencias y posibles escenarios es de vital importancia para el diseño de sus políticas y estrategias para el futuro. La declinación hegemónica relativa de Estados Unidos supone el replanteo de su lugar en el mundo, el empleo de nuevos y viejos instrumentos de dominación y modificaciones en su comportamiento. Sin embargo, más allá de las prioridades fijadas por los formuladores de la política exterior en un momento histórico concreto, las metamorfosis en la correlación mundial de poder, las mutaciones en el accionar concreto y el empleo de unos y otros instrumentos de política no significan el abandono de la subregión latinoamericana y caribeña, la que han llamado insistentemente su patio trasero.

Se han producido y se seguirán generando mudanzas en la correlación de fuerzas políticas y económicas a escala planetaria, como lo demuestra, por mencionar un ejemplo relevante en nuestra subregión, la formación de la CELAC y el papel de UNASUR como actor político subregional para la solución de conflictos, en lugar de la OEA. Son acontecimientos trascendentes, e incluso evidencian transformaciones en el subsistema de relaciones hemisféricas, pero las asimetrías económicas perduran y la fuerza de los instrumentos de poder imperialistas en asociación con las fuerzas locales de las oligarquías transnacionales, sigue siendo enorme. Por otro lado, al proceso de integración subregional y a la coordinación estratégica de las fuerzas de la izquierda, los movimientos sociales y partidos políticos les resta mucho camino por avanzar para frenar o derrotar las políticas imperialistas sobre Nuestra América.

Estados Unidos es todavía la mayor potencia mundial y la repercusión de sus políticas en su entorno más cercano continuará teniendo enorme impacto, aún en los escenarios más negativos para su posición relativa de poder en las próximas décadas. La proyección de Estados Unidos conserva su carácter global, pero, en la medida en que se manifieste el llamado sobredimensionamiento imperial, debe esperarse la concentración de sus esfuerzos sobre el escenario geográfico más próximo. Así ocurrió en su fase de ascenso y expansión territorial inicial, que comenzó después de desplazar por la fuerza a los pobladores originales de sus tierras, y continuó con la depredación y guerra con México hasta el tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. También vemos su impronta en la intervención militar en Cuba y Puerto Rico en 1898, al hacerle la guerra al declinante imperio español.

Estas ideas pretenden contribuir modestamente al debate y si fuera posible a la mejor comprensión sobre estos procesos, así como vislumbrar los escenarios que se avecinan. Los anteriores elementos deben servir para el trazado de las políticas del Sur y de las organizaciones de izquierda en la más amplia alianza ?desde los intereses de los pueblos de Nuestra América?, para poder enfrentar lo más exitosamente posible los desafíos planteados por estos escenarios.

Declinación hegemónica de Estados Unidos: breve aproximación

El tema de la declinación hegemónica de Estados Unidos ha sido bastante recurrente en la literatura sobre las relaciones internacionales y la economía política del sistema mundial, en la misma medida en que se han puesto de manifiesto las debilidades de esa economía respecto al resto del mundo y sus mayores competidores. Asuntos como la inconvertibilidad del dólar estadounidense en oro ?declarado durante la presidencia de Richard Nixon en 1971?, la reducción de la competitividad productiva y desequilibrios macroeconómicos en la cuenta corriente del balance de pagos, en el comercio exterior y en la cuenta de capital, pusieron en evidencia el proceso de declinación del poderío económico de Estados Unidos. Más recientemente, el creciente déficit fiscal y la enorme deuda pública han renovado las preocupaciones sobre la sostenibilidad del imperialismo como principal potencia hegemónica en los próximos años.

Las contribuciones principales al problema de la declinación de las grandes potencias, desde la perspectiva de la historia y la economía política, se encuentran en la obra publicada inicialmente por Paul Kennedy en 1987.(1) Sus tesis referidas a los impactos que a largo plazo lleva sostener un elevado gasto militar en relación con el tamaño de la economía, su libro sobre el ascenso y caída de las grandes potencias, aunque no se dedican al análisis exclusivo de Estados Unidos, han sido de gran utilidad para estos estudios. La insostenibilidad del gasto público, en particular lo referido al gasto militar y la "seguridad nacional", conduce al efecto denominado "sobredimensionamiento imperial". Enormes déficit fiscales en la economía interna y en el sector externo de Estados Unidos ?deuda pública desbordada, que se situó en 2011 en el 98,4 % de su PIB?(2) son evidencias de ese sobredimensionamiento. La persistencia de estos desbalances durante muchos años revelan su carácter estructural y ello impone un "ajuste" para conseguir el alineamiento de los ingresos y los gastos presupuestarios, así como equilibrar las cuentas nacionales de la gran superpotencia.

Immanuel Wallerstein ha abordado este tema para Estados Unidos como parte de su visión sobre el sistema mundial capitalista.(3) En su libro sobre la declinación del poder de Estados Unidos y en diversos artículos, establece una periodización de los "ciclos hegemónicos" y en particular fija el inicio de la decadencia hegemónica estadounidense y sus consecuencias para el sistema mundial capitalista.(4)

Existen propuestas contrarias a estos enfoques, entre las que se destaca la de Joseph Nye, quien considera que concurren las bases para mantener el liderazgo de Estados Unidos, apoyado en otras fuentes e instrumentos de poder como el dominio de la información, las bases de datos, las redes globales y el sistema financiero especulativo global.(5) Nye ha introducido conceptos e ideas en esta esfera que han impactado la formación de su política exterior, como es el caso del poder inteligente, una combinación de fuerza y el llamado poder suave.(6)

Entre los primeros en retar las tesis sobre la declinación de Estados Unidos se encuentra Henry R. Nau, quien desafió abiertamente las ideas al respecto de Paul Kennedy.(7) Otro importante trabajo de la crítica a la declinación de las grandes potencias fue escrito por George L. Bernstein, el cual insiste de nuevo en el carácter relativo de esta afirmación apoyado en referencias a Gran Bretaña y Estados Unidos.

Autores del Tercer Mundo, América Latina y Cuba ?y dentro de ellos el Grupo de Trabajo sobre Estados Unidos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) bajo la coordinación de Marcos A. Gandásegui hijo? han dedicado su atención a este asunto y realizado aportes, sobre todo enfocados en las consecuencias de este proceso para la configuración de la política estadounidense hacia nuestra América. Sus resultados consideran múltiples aristas, como la crítica a la caracterización de la actual etapa del imperialismo, la trayectoria histórica del capitalismo y el desafío que representa el ascenso de China y otras potencias emergentes.

Una investigación reciente ofrece una visión enriquecedora para revaluar este proceso de recambio en el orden mundial. Señala que las cuentas nacionales subestiman la participación de los capitalistas de Estados Unidos en la estructura de poder mundial globalizada. Al tomar como referencia las mayores 2 000 corporaciones globales de la revista Forbes y mediante el cálculo de la participación en los beneficios de los nacionales de distintos países, se ha podido conocer que la apropiación de las riquezas creadas por estas empresas es captada de modo desproporcionado por los propietarios estadounidenses. Por ejemplo, el 84 % de los beneficios en el sector del hardware y el software es de capitalistas de Estados Unidos, si bien China es la mayor productora en ese mercado desde 2007. El predominio en el control de las ganancias en los servicios financieros de las corporaciones transnacionales en manos de ciudadanos estadounidenses ha aumentado a partir de la última gran crisis económica financiera, de 47 % en 2007 a 66 % en 2013.

Ello no niega el ascenso del poder económico de China, su creciente papel en la geoeconomía y la geopolítica mundial y el debilitamiento relativo de la posición económica y política de Estados Unidos, pero no permite traducir de manera inmediata e irremediable esos datos para predecir la sustitución de Estados Unidos por China como potencia hegemónica global en la próxima década.

Todavía Estados Unidos, más allá de los signos reales de su decadencia, cuenta con la única fuerza militar verdaderamente mundial y con un enorme poderío y capacidad global de liderazgo en el terreno de la información. Además, a través de los patrones culturales y la llamada industria del entretenimiento, introducen valores de su sociedad que impactan directa o indirectamente en la conciencia social de todo el mundo. El control mayoritario de la infraestructura de las comunicaciones abarca la esfera de la inteligencia y el espionaje, lo que constituye también una esfera de predominio de Estados Unidos de gran trascendencia para preservar su liderazgo, al ser la base del llamado "poder blando". La noción del "poder inteligente" como empleo conjunto y eficaz del poder "blando" y el "duro" ahorra recursos y, por tanto, es una contribución a la estrategia de recuperar la hegemonía en las nuevas condiciones. Dentro de estas políticas, la recomendación de configurar alianzas y asociaciones es fundamental, porque aumenta la influencia y legitimidad de la política de Estados Unidos.

En la actualidad, la globalización del mercado de capitales acrecienta los rasgos parasitarios del imperialismo, pero coloca la principal fuente de poder dentro de ese mercado en la esfera especulativa y no en el ámbito de la producción material o el comercio. Las bases principales del poder económico de Estados Unidos no descansan en la producción y el comercio, sino en la esfera financiera y en el control mayoritario en la distribución de las riquezas, a través del mercado mundial de capitales y la participación en las acciones de las transnacionales. En tal sentido, desplegar y profundizar la llamada integración profunda, como fase superior de esquemas integradores basados en el "libre comercio", constituye el marco institucional y regulatorio para preservar el poder económico-financiero del imperialismo a través del dominio de las cadenas productivas, de servicios y financieras, controladas por sus bancos y corporaciones transnacionales.

El proceso de ascenso y declinación hegemónica de las grandes potencias es sumamente complejo. Si en el pasado el poderío naval y aéreo eran decisivos, en la actualidad el dominio del cyber espacio ?desde el punto de vista de la información, la inteligencia y las acciones propiamente defensivas y agresivas? es vital.

En parte por eso, para Nye las visiones sobre la declinación de Estados Unidos presentadas por otros estudiosos se basan en una disminución del poderío relativo y no absoluto del país. Esto se debe a la recuperación del resto de las potencias después de la Segunda Guerra Mundial y a la realización de lo que denomina "falsas analogías" con momentos y situaciones históricas distintas.

El poderío de cualquier potencia es cambiante y debe medirse respecto a otras que coexisten en el tiempo -de ahí la importancia de conocer la dinámica evolutiva en la correlación de fuerzas-. El balance de poder global varía según el ascenso y caída de las potencias, si bien "en lo que atañe al sistema internacional, la riqueza y el poder, o la fuerza económica y la militar son siempre relativos y deberían ser considerados como tales". A lo largo de su historia, la política externa de Estados Unidos ha tenido que ajustarse a sus posibilidades y a las condiciones del balance internacional de fuerzas dentro de cada etapa. Las distintas corrientes e interpretaciones en la formación de la política han debido considerar los factores objetivos internos y externos y sus intereses económicos y políticos estratégicos con prevalencia sobre principios y valores declarados como baluartes de su propia identidad como nación -como la democracia, los derechos humanos, el Destino Manifiesto-, cuando intereses económicos han entrado en conflicto con esos valores.

El "balance" entre motivaciones "morales", atemperado por el "realismo" de los intereses económicos o de "seguridad", constituye un problema de gran importancia en la formación de la política exterior. El arribo indiscutido de Estados Unidos a la "victoria hegemónica" a fines de la Segunda Guerra Mundial establece un momento de obligada referencia que perdura hasta finales de la década del ochenta y principios del noventa. La desaparición de la URSS y el llamado socialismo real de Europa, cuando se declara el fin de la Guerra Fría y el sistema bipolar de relaciones internacionales, parece abrir una etapa unipolar para el mundo con centro en la única superpotencia resultante del conflicto de posguerra: Estados Unidos.

Un reto fundamental para los estrategas estadounidenses, derivado de este acontecimiento, lo constituyó la desaparición de los argumentos que habían servido de pretextos para su intervención mundial, en función de una oposición global a la expansión del comunismo. Esta "contención del comunismo" constituyó la justificación para el ascenso de la doctrina de seguridad nacional, la involucración en la Guerra de Corea y en la Guerra de Vietnam, así como para una serie de intervenciones por todo el mundo, que incluyeron a Cuba, Centroamérica y el Caribe.

No obstante, en un poco más de dos décadas después del derrumbe del Muro de Berlín, toda esa visión de optimismo sobre el futuro de Estados Unidos y la consolidación de su hegemonía aparece como un pasado muy lejano. George H. W. Bush habló del surgimiento de un "nuevo orden internacional" y Francis Fukuyama explicaba su tesis sobre el "fin de la historia", como expresiones del triunfo de la civilización occidental en la fórmula de la democracia liberal y el capitalismo, sobre otras formas de organización de la sociedad.(8)

De tal manera, incluso en los momentos en que el discurso oficial de la política exterior y las líneas maestras de sus proyecciones externas han estado dominadas por los enfoques ideológicos más reaccionarios, agresivos e intervencionistas, la correlación de fuerzas ha moderado la agresividad de su política. Es decir, el balance entre sus capacidades económicas, militares y políticas -internas y externas-, a la hora de ponerlas en práctica a escala mundial, ha sido el factor decisivo en sus tendencias políticas.

Cuando Estados Unidos concibió -a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001- su nueva estrategia de seguridad nacional, sin duda se expresaron preocupaciones sobre los peligros para la paz y estabilidad mundial, que entrañaban interpretaciones extremistas del contexto internacional. Los retos y razones del conflicto se establecieron sobre bases ideológicas y hasta culturales, como el enunciado "conflicto de civilizaciones". Así, la decisión del imperialismo estadounidense de aplicar la fuerza "preventiva" de modo unilateral ante determinados retos acrecentó la inestabilidad mundial.(9) El acompañamiento de los aliados era bienvenido, pero siempre subordinado a las direcciones y decisiones de Estados Unidos.

Sin duda se trataba de un peligro real y tuvo consecuencias nefastas para los pueblos de Afganistán e Irak, objetos de intervenciones militares con grandes costos humanos y materiales. Pero la economía de Estados Unidos no salió indemne. Se ha calculado que el costo de esas guerras para las finanzas estadounidenses se situó entre 2 y 3 billones de dólares. Su impacto no desapareció con la retirada de tropas, debido a que se mantienen los costos que implica resarcir a los combatientes por invalidez, cuidados de salud y otros gastos asociados a los efectos de la guerra.(10) Sin embargo, el enfoque neoconservador extremo ha sido gradualmente ajustado por la realidad de los llamados conflictos asimétricos y las pérdidas que ha tenido la propia sociedad y la economía de Estados Unidos a lo largo de un poco más de una década. Aunque la influencia neoconservadora no ha desaparecido totalmente del espectro de la política exterior en ese país, su influencia se ha limitado con el gobierno de Barack Obama.

La historia ha demostrado que una gran potencia puede mantener un curso de política por algún tiempo, que perdura apegado a cierta visión de grandeza e inercia, cuando las bases económicas de sustentación no permiten apoyarla debidamente. Pero también es cierto que, a largo plazo, los cimientos del poder, las formas de su proyección externa -incluida la militar-, y sus posibilidades reales de mantenerlas están correlacionados. Las acciones políticas deben ajustarse a las nuevas circunstancias. La gran crisis económico-financiera 2007-2008 y los obstáculos para la recuperación se acrecentaron por el enorme déficit fiscal y la deuda pública acumulados, en buena parte agudizados por los costos de estas aventuras bélicas.

Los retos a la hegemonía mundial de Estados Unidos y las repercusiones de la crisis -dado su enorme significación económica, política y militar- podrían alentar a fuerzas neoconservadoras y reaccionarias a tratar de frenar la declinación mediante la opción militar. Esto acarrearía muy peligrosas consecuencias para las perspectivas de paz en proceso de transición hacia un nuevo orden mundial.

La percepción económica sobre la significación de la gran crisis de 2007-2008 marca el agotamiento de un patrón de acumulación iniciado con la contrarevolución conservadora. Con ello, parecería necesario un ajuste, un cambio de política representado por la primera victoria de Obama en 2008. Sin embargo, aunque se percibiera como cumplido un "ciclo político" y económico después de aproximadamente 30 años de preminencia conservadora en la política y la economía de ese país, el año 2009 no fue el inicio de un reajuste político-ideológico -como lo fue 1979-1980 para el conservadurismo.(11)

Los acontecimientos ulteriores dan cuenta de una paralización del gobierno en más de una ocasión, por la presencia de dos visiones fundamentales contrapuestas sobre el futuro de Estados Unidos dentro de la clase dominante de ese país. Estas, aunque se confunden con las líneas partidistas de demócratas y republicanos, son mucho más difusas y complejas.

Obviamente, no se ha logrado alcanzar un nuevo consenso sobre el proyecto estratégico que debe llevar adelante Estados Unidos para enfrentar sus principales retos, sobre todo en política interna -aunque con muy relevantes implicaciones sobre la política exterior-. En ese contexto, cabría preguntarse si es posible imaginar el retorno de una mayoría conservadora en la conducción de la política y un nuevo episodio de auge de los neoconservadores en la política exterior a partir de 2017, o se impondrán visiones más realistas y pragmáticas, que se orienten a reconocer los cambios y a buscar un acomodo a la posición de Estados Unidos como una gran potencia entre otras, pero cuyo poder no alcanza para sostener una hegemonía en las relaciones económicas y políticas mundiales.

Alianzas megarregionales y rebalanceos de poder global

Una de las formas de avanzar en el empeño de comprender las tendencias perspectivas y estratégicas de la política exterior de Estados Unidos es no explorar solamente el discurso oficial de su política y la correspondencia con las principales acciones. También se deben considerar las evaluaciones colegiadas por grupos de la clase dominante, como los centros de pensamiento, que estudian los probables escenarios futuros y delinean recomendaciones sobre el curso perspectivo de su política exterior en las próximas décadas.

En momentos históricos identificados por la mutación significativa de las condiciones económicas, políticas y sociales de Estados Unidos, en un mundo a su vez cambiante, estas percepciones y recomendaciones de los llamados centros de pensamiento adquieren un valor fundamental para establecer las estrategias políticas que fijan el vector resultante en la proyección externa del imperialismo. Así sucedió al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos se colocó en la cima de su hegemonía como centro indiscutido del imperialismo mundial. Un proceso contrapuesto comenzó a evidenciarse con la contrarrevolución conservadora y neoliberal de finales de la década del setenta y principios del ochenta, que luego trató de institucionalizarse con los acuerdos de libre comercio en los años noventa.

En la actualidad, la visión sobre el futuro de Estados Unidos y su lugar en el mundo no está precisamente plagada de optimismo, ni se puede afirmar que se ha arribado a un consenso definitivo. Se mantienen muchas líneas de continuidad y se superponen enfoques e instrumentos que provienen de distintas matrices políticas e ideológicas dentro de Estados Unidos. Sin embargo, se están introduciendo recomendaciones y enfoques políticos mediante informes elaborados por centros de pensamiento y comisiones especiales, que sirven para iluminar las nuevas tendencias perspectivas de la proyección externa estadounidense. En estos documentos están presentes diversos análisis sobre los principales retos, escenarios y visiones estratégicas sobre los que debería implementarse su política en los próximos años, lo que incluye la problemática de política exterior en todas sus dimensiones.

A partir de estas interpretaciones y propuestas sobre el futuro se irán gradualmente conformando las estrategias y los lineamientos generales de una nueva política exterior que aunque mantenga sus principales objetivos, está siendo ajustada a sus posibilidades y a los escenarios que ellos mismos consideran deben enfrentar.

Desde otra perspectiva, si se observan algunos de los acontecimientos de crisis política y conflictos recientes más importantes, como Libia, Egipto y Siria, se aprecia la génesis o las manifestaciones primarias de esa nueva proyección de política exterior. Esta se hace ostensible sobre todo en lo concerniente al "cambio de régimen" en sus variantes, y en la intervención militar y las condiciones para llevarla a la práctica. La política actual de Estados Unidos, sobre todo en el segundo período de Obama, muestra algunas evidencias de ese nuevo patrón de política e intervención global, aunque todavía no se haya desplegado totalmente.

Es importante reconocer que las interpretaciones y recomendaciones de centros de pensamiento de la talla de Atlantic Council, Rand Corporation, Inter-American Dialogue, Brookings Institution, Heritage Foundation y otros, se proyectan en el corto y mediano plazo, y hasta en un horizonte de tres décadas. Esto brinda una visión estratégica del imperialismo y esboza los retos internacionales que deberán enfrentarse en los próximos años. Se supone que de las visiones prospectivas de la clase dominante de Estados Unidos, derivan la estrategia y política futuras que debe llevar el imperialismo.

Entre las visiones de largo plazo que se han presentado en Estados Unidos y que están sirviendo para definir las nuevas estrategias, está la presentada por el Consejo Nacional de Inteligencia (National Intelligence Council) para 2030, que establece entre sus predicciones "megatendencias" -que han sido definidas como aquellas virtualmente expresadas en la actualidad-. Una tendencia muy relevante para la configuración del sistema de relaciones mundiales se refriere a la "difusión de poder" al respecto; en ella se establece que "Asia está en condiciones de superar a Norteamérica y Europa en poder económico global, pero no habrá ningún poder hegemónico. El poder de otras potencias no occidentales y Estados de nivel medio crecerá".(12)

No parece haber duda entre los expertos estadounidenses sobre el lugar económico declinante de Estados Unidos y Europa, pero al mismo tiempo se considera que no habrá ningún poder hegemónico. El poder se desplazará hacia redes y coaliciones en un mundo multipolar. Dada esa visión, el tamaño del PIB, la población, los gastos militares y las inversiones tecnológicas podrían no ser suficientes para ejercer el liderazgo.

Sobre el futuro de Estados Unidos en el sistema mundial se identifican dos escenarios generales, que dependen de su capacidad para mantener el papel de "actor líder", impulsada por la posibilidad de lograr su "independencia energética" o "seguridad energética". El escenario de la independencia energética supone que Estados Unidos logre su autosuficiencia energética sobre todo con la extracción de gas de esquisto, lo cual supuestamente podría lograrse para 2020. No obstante, se generarían obstáculos si las normas ambientales y los temores sobre la contaminación del agua asociados al proceso tecnológico no se allanan de modo conveniente, o los acuerdos, asociaciones y aperturas al capital transnacional no se realizan de acuerdo a los intereses de Estados Unidos.
Por razones geográficas, los acuerdos regionales apoyados en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México (TLCAN), ampliados y precisados por otros convenios bilaterales específicos con Canadá y México, constituyen piezas decisivas en esta estrategia.

La perspectiva de Estados Unidos y su posicionamiento actual presume el restablecimiento de su situación económica, a partir de dolorosos ajustes para disminuir el déficit fiscal y la deuda pública. Esto, conjuntamente con desarrollos tecnológicos y avances en la autosuficiencia energética y la reducción del costo de la energía, podría mejorar su situación competitiva mundial. Las otras variables estratégicas para la restructuración del sistema de poder son las redes y las coaliciones que puedan establecerse y profundizarse.

La declinación relativa de poder estadounidense y el ascenso más acelerado de Asia -sobre todo China, India y otras potencias medias- suponen un importante reto para la posición ventajosa del imperialismo en la configuración multipolar del mundo. La clave de este asunto, desde la perspectiva de Estados Unidos, se basa en el despliegue y participación en mega-regiones, integradas bajo los principios y objetivos de los llamados acuerdos de integración "profunda" de libre comercio e inversiones, que le permitan balancear el ascenso de otras fuerzas con la suya y la de sus más fieles aliados.

El enfoque del rebalanceo se ha propuesto esencialmente redefinir sus alianzas anteriores y establecer dos nuevos súper o mega acuerdos de integración "profunda" principales, que suponen un nivel superior al alcanzado en los acuerdos de libre comercio de primera generación establecidos en la década de 1990. Al mismo tiempo, se propone la profundización del TLCAN, que constituye el núcleo de esta estructura. Una de las nuevas mega-regiones abarca la asociación histórica con Europa, la Trasatlántica, y otra con el centro de poder futuro en el mundo, ubicado en la región Asia-Pacífico: la Alianza Transpacífico. Vistas en conjunto, la Alianza Trasatlántica, la Transpacífica y el TLCAN ofrecen una visión estratégica del sistema principal de redes y coaliciones que Estados Unidos planea constituir para balancear la emergencia de otros poderes en un mundo multipolar y mantenerse en el centro del sistema de relaciones mundiales.

La Asociación Trasatlántica tiene una gran significación económica, política y de seguridad en el reordenamiento de poder mundial, pues la Unión Europea se mantiene como un pilar clave de la estrategia de Estados Unidos para Eurasia. La economía trasatlántica representa el 54 % del PIB mundial. Europa es el mayor inversionista en Estados Unidos. La alianza económica profunda con la Unión Europea, mediante un acuerdo de libre comercio e inversiones, no solamente tiene importancia desde el punto de vista económico, sino que comparte los nutrientes de la civilización occidental. Esta está representada por los valores democrático-liberales que militarmente constituyen la OTAN, una fuerza multiplicadora de la política intervencionista de Estados Unidos.

En realidad, la Asociación Trasatlántica ya existía en la práctica de las relaciones establecidas al calor del Plan Marshall, el cual fue implementado después de la Segunda Guerra Mundial. El monto de las inversiones recíprocas, las magnitudes del comercio y los flujos de capital financiero entrelazados mediante fusiones y adquisiciones corporativas son monstruosos. Con un rebalanceo de poder, Estados Unidos quedaría como centro de la gran agrupación de América del Norte, surgida con el TLCAN -complementado con la red de acuerdos y tratados con países como Panamá, Costa Rica, Colombia, Perú y Chile, articulados en su mayoría en la Alianza del Pacífico-. Esta integración megarregional -que agrupa a su vez el gran mercado ampliado de la Unión Europea-, con independencia de las tensiones generadas por la última crisis económica y financiera del capitalismo, sigue siendo un proceso de integración paradigmático.
La integración profunda entre Estados Unidos y la Unión Europea, de ser exitosa, representaría incrementos en los ingresos, las inversiones y los ritmos de crecimiento de ambas partes. Esto figura un efecto nada despreciable en economías aletargadas, con débiles ritmos de crecimiento, altos desempleos y graves problemas financieros, que no se espera se solucionen en menos de una década. No menos importante es frenar el proceso de creciente articulación de ambas economías con China, que han tenido un mayor dinamismo en la última década.

La perspectiva consensuada por los estrategas y expertos estadounidenses y de otros países sobre el papel creciente de China, India y otras potencias asiáticas y del Pacífico hace centrar la atención en Asia Pacífico, la llamada "región pivote". Debe recordarse que Estados Unidos participa en las reuniones de la APEC (Asia Pacific Economic Council), donde se promueven, entre los objetivos, facilitar las cadenas de suministro, reducir las distorsiones de los mercados internos y otras tendencias proteccionistas que puedan frenar las inversiones y el comercio de las corporaciones transnacionales. Sin duda, la pieza clave en la política de rebalanceo de Estados Unidos, como potencia mundial en las próximas décadas, está en su participación en la Asociación Transpacífico (Transpacific Partnership, TPP).

El interés en este esquema se debe a que el TPP constituye un ejemplo de las formas de integración contemporánea más profundas y extensas geográficamente que involucran a países de América Latina. Debe subrayarse la trascendencia que este tiene desde el punto de vista del Hemisferio Occidental, al incorporar a Estados Unidos y servir de articulación a sus relaciones con algunos países de América Latina y el Caribe que representan sus intereses o son funcionales a ellos.

Debe advertirse que, con independencia de la declinación relativa de la hegemonía imperialista del ascenso de otras fuerzas y de los intentos por recomponer el orden mundial en formación, todavía Estados Unidos es la única súper potencia global. Es decir, no puede hablarse del surgimiento de un nuevo orden o del fin del liderazgo de Estados Unidos en la política mundial en el corto y hasta mediano plazo; no obstante es un hecho que sus enormes recursos y capacidades se enfrentan a una realidad mucho más compleja y desafiante, que pone en evidencia sus límites.

Por razones objetivas, parece consolidarse en la visión estratégica sobre la política exterior estadounidense la asunción de que no es aconsejable seguir involucrando a sus fuerzas militares en intervenciones convencionales ante cualquier conflicto internacional, sino que se debe discriminar y actuar de modo más cauteloso.(13) A partir de ello, se sugiere que es necesario apoyarse más en las fuerzas de los aliados locales y regionales y reservarse para intervenir directamente en los casos críticos, que verdaderamente ponen en juego intereses vitales estadounidenses.

La perspectiva geoeconómica mundial de los sectores de la clase dominante de Estados Unidos para enfrentar tales retos, se basa en un rebalanceo de poder global para las próximas dos décadas. Asimismo, se sustenta en el énfasis en la intervención indirecta y por métodos "blandos" de política, el apoyo a fuerzas locales y regionales y las alianzas y redes de poder, sobre la tendencia a la intervención directa y unilateral que caracterizó el período de George W. Bush en la Casa Blanca.

Los estrategas y asesores de las élites políticas estadounidenses, y sus aliados, se preparan para recuperar la hegemonía y establecer y ensanchar nuevos instrumentos de dominación y explotación. El nuevo patrón de política exterior impulsa el avance de la integración profunda y los megaproyectos regionales de integración y privilegia la intervención indirecta. Para llevar a cabo esta última se apoya en la participación no solamente de la CIA, sino también de la USAID y la NED, en diversos esquemas a través de las empresas transnacionales, las organizaciones no gubernamentales, las redes sociales y organizaciones de distinto tipo que sirvan a sus intereses.

La energía como instrumento del rebalanceo global de poderes

La problemática energética ocupa un lugar fundamental en la estrategia estadounidense para reposicionar su liderazgo global y extender su hegemonía al límite de lo posible en el siglo XXI. Podría decirse que es fundamental tanto para las posibilidades de recuperar la economía de Estados Unidos, como para modificar la geoeconomía y la geopolítica global a favor de sus intereses.

En el período comprendido entre 2007 y 2013, la producción de gas y petróleo de Estados Unidos, con el empleo dos nuevas tecnologías (perforación horizontal y el fraccionamiento de rocas o "fracking"), se han incrementado como promedio en un 50 % anual. Se espera -según la Organización Internacional de Energía- que para 2015 sea el mayor productor de petróleo crudo en el mundo -por encima de Arabia Saudita- y que se convierta en exportador neto de gas licuado para 2020.(14)

En el ámbito energético se prevé que en el mediano plazo la explotación de combustibles fósiles, sobre todo de gas y petróleo de esquisto ("shale gas"), desempeñen un papel transformador en la matriz mundial de producción y consumo de energía. Sin embargo, no se excluyen la introducción de nuevas tecnologías que impactan tanto en la generación como en el consumo, como la extensión en el empleo de fuentes renovables y el mercado de biocombustibles. Este aspecto es significativo en las relaciones con potencias emergentes como China, India, Brasil y con otros países del Medio Oriente, Eurasia, África, América Latina y el Caribe.

La reforma energética en México y la integración profunda de Estados Unidos con este país y Canadá debe ser considerado un asunto estratégico y de máxima prioridad, con impactos no solamente para los países integrados al TLCAN, sino para todo el redimensionamiento del liderazgo estadounidense en su intento de recuperar cuotas de hegemonía en las próximas décadas. El aumento de la producción petrolera en Alberta, Canadá, a partir de la explotación de las arenas bituminosas, ha promovido el interés en la creación de redes de oleoductos que, aunque han sido coyunturalmente frenados, deben extenderse hasta el Golfo de México y unir accesos al Atlántico y al Pacífico.

La estrategia de Estados Unidos al respecto busca el avance del sector privado corporativo hacia México, en el marco de América del Norte y sobre las bases del TLCAN. Las interrelaciones y acuerdos avanzados por la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) y el acuerdo para la explotación de los yacimientos fronterizos (Acuerdo Transfronterizo Estados Unidos-México), junto a la reforma energética de México, son piezas fundamentales de esa política.

Los intereses estratégicos y de seguridad de Estados Unidos buscan aumentar la participación del capital privado transnacional en las riquezas de gas y petróleo de México. Asimismo, persiguen el incremento de la producción de este país para suministrar, desde una fuente cercana, segura y amistosa, el petróleo crudo en cantidades suficientes. De esta forma esperan reducir la dependencia a otros mercados más lejanos, u otras fuentes cercanas pero no amistosas.

Para México, la reforma energética supone grandes retos en cuanto al empleo estratégico de esos recursos no renovables para el futuro del país, teniendo en cuenta sus intereses nacionales. De acuerdo al criterio de especialistas mexicanos en la materia, se reconoce que la referida reforma significa subordinar este importante sector a los intereses y la visión estratégica global de Estados Unidos, en lugar de servir a los intereses de México.(15)

La estrategia estadounidense para integrar a México en su sector energético y abrir la industria de hidrocarburos mexicana a la explotación privada, excluida inicialmente por su Constitución, se inicia a partir de la aplicación del modelo neoliberal desde 1982 y es facilitada por la crisis de la deuda externa. Para avanzar en este terreno se requería debilitar productiva, tecnológica y financieramente a la estatal Petróleos Mexicanos (PEMEX), una de las más exitosas empresas del sector energético en el mundo. A PEMEX se le impuso una enorme carga fiscal, que produjo su gradual deterioro y la obligó a endeudarse. Ese proceso fue acompañado por las presiones del gobierno estadounidense, para abrir progresivamente la industria de hidrocarburos de México a sus corporaciones transnacionales y convertirlo en suministrador de petróleo crudo y mercado para el gas licuado proveniente de las corporaciones privadas, que irían gradualmente desplazando la producción local.(16) El debilitamiento financiero impuesto a PEMEX por el gobierno reduce la capacidad nacional de otorgarle valor agregado a los recursos energéticos no renovables e incrementa las importaciones -desde su vecino- de productos de la industria petroquímica, que podrían ser satisfechos por las plantas mexicanas. Es obvio que estas tendencias actúan contra los intereses estratégicos nacionales, a favor de un supuesto interés de América del Norte, en realidad subordinado a los intereses del capital privado de Estados Unidos.

Eventos políticos aparentemente desconectados, en distintas regiones geográficas en el Hemisferio Occidental, Norte de África, Medio Oriente y el Este de Europa, evidencian claros intereses geoeconómicos, que pueden favorecer el reposicionamiento de Estados Unidos. Venezuela y Ucrania-Rusia son dos ejemplos de la significación política que puede tener el ascenso de Estados Unidos como productor y exportador potencial de gas licuado a Europa y su conversión en un país autosuficiente energéticamente.

La política estadounidense se ha proyectado con prioridad hacia regiones y países que son poseedores de las principales reservas de hidrocarburos. Con esto pretende abrir su acceso a las transnacionales y reconfigurar la estructura de la matriz energética en su beneficio.

Irak fue incorporado por el presidente George W. Bush a su "guerra contra el terrorismo" y no debe olvidarse que en aquel evento se empleó como argumento la existencia en ese país de armas de destrucción masiva. Luego de ocupado militarmente su territorio, liquidadas sus instituciones y establecido el nuevo gobierno mediante el procedimiento de "transición" para el "cambio de régimen", se supo que no había tales armas. La verdadera motivación estribaba en las posibilidades de la explotación directa de los recursos energéticos de ese país puestas a disposición y bajo el control del capital transnacional. Algo similar ocurrió en Libia.

El conflicto en Siria, con decisiva intervención extranjera, se dirige a debilitar, resquebrajar y si fuera posible retrotraer al gobierno independiente de Irán, cuya gran falta es no estar subordinado al capital transnacional. Obviamente, el conflicto en torno al desarrollo por Irán de la energía nuclear con fines pacíficos no es el verdadero argumento. El asunto es asfixiar o frenar el desenvolvimiento de Irán y evitar que tenga posibilidades de aumentar la exportación de hidrocarburos, un recurso estratégico que puede contribuir a la reconfiguración de esa región y el mundo.
En el caso de Venezuela, aunque no se exprese el tema energético en primera instancia, el objetivo es tomar control de sus enormes reservas de hidrocarburos y ponerlos a disposición del capital privado.

Países con políticas contrahegemónicas en la arena internacional, como Rusia, Venezuela e Irán, tienen un común denominador: sus economías todavía tienen una gran dependencia de los ingresos provenientes de la exportación del petróleo. De ese modo, las posibilidades de desarrollo independiente quedan sujetas, hasta tanto las transformaciones estructurales no reduzcan ese vínculo, a los ingresos y precios mundiales del petróleo. La entrada de nuevos productores y el incremento de la oferta de hidrocarburos en el mercado mundial pueden modificar estos escenarios, disminuir los precios del petróleo y afectar la capacidad política y estabilidad de esos gobiernos.

El ascenso de la producción energética de Estados Unidos, en el marco de su alianza estratégica con Canadá y México, constituye un primer eslabón que permitiría aumentar gradualmente la competitividad de la economía estadounidense, el ritmo de crecimiento y el empleo; todos aspectos clave en el reposicionamiento de su liderazgo.

La disminución de la dependencia energética europea de las fuentes rusas altera el equilibrio geopolítico y debilita la capacidad de influencia de ese país derivada del suministro de gas. Ello ocurriría en la medida en que Estados Unidos y otros aliados puedan sustituir esas fuentes con otras. Esto constituye uno de los elementos que se consideran deben transformarse en los próximos años, en la medida que pueda alterarse paulatinamente la matriz energética en esta región.

El rol de las empresas trasnacionales en la economía mundial y en el orden político internacional es creciente en la actualidad y se profundizará en las próximas décadas. Por todo esto, los gobiernos regionales y federales de los países deben desplegar las regulaciones que garanticen los intereses de sus pueblos. Debido al carácter crecientemente global de las cadenas de producción, servicio y financiera en que se articula la economía internacional, los procesos de alianzas estratégicas e integración económica y política tienen decisiva significación para el nuevo ordenamiento de las relaciones mundiales.

Consideraciones finales

En términos estratégicos y de largo plazo -con un horizonte puesto en 2030-, grupos de análisis y centros de pensamiento adscritos a sectores de la clase dominante estadounidense han presentado una visión de Estados Unidos que tiene como objetivo mantenerlo como principal potencia mundial en un sistema mundial multipolar y sin la hegemonía de ningún país en particular. Para cumplir con este propósito se concibe, entre las principales direcciones, el propósito de balancear la declinación hegemónica relativa de Estados Unidos a partir de alianzas megarregionales.

Entre estas alianzas megarregionales se destaca la enfocada hacia Asia-Pacífico, que debe servir de contrapeso estratégico al avance de China en ese espacio geoeconómico: la Alianza Transpacífico. La segunda alianza de este tipo se establece con la Unión Europea, para minimizar la tendencia de ambas de incrementar su respectiva interdependencia con China. Ambos procesos podrían servir, de ser exitosos, para equilibrar la posición de poder de Estados Unidos en las próximas décadas. Esta está amparada por su potencial revigorización económica y por su sistema de alianzas megarregionales que despliega del Medio Oriente al Norte de África, sin olvidar el Hemisferio Occidental, pero centrado en primerísimo lugar en América del Norte -en los marcos del TLCAN con México y Canadá.

La estrategia de reposicionamiento de Estados Unidos en el plano energético tiene vital importancia. Incluye, en primer lugar, sus relaciones con México y Canadá y se extiende por el Hemisferio Occidental y todo el mundo, como parte de alianzas y procesos de integración. Las políticas de intervención mediante el llamado "poder inteligente" -como antes con la proyección unilateral y el empleo de la fuerza militar- han apuntado a países con importantes recursos y reservas de hidrocarburos, que se requiere abrir o reincorporar a la esfera de subordinación de Estados Unidos. El éxito que pueda tener en modificar la matriz energética a su favor puede ser un componente decisivo para retardar la declinación hegemónica estadounidense.

La posibilidad de que Estados Unidos pueda mantener su posición hegemónica se apoya en una visión perspectiva en que las fuentes de poder no estarían determinadas tan directamente por el tamaño del PIB, la población, el territorio y las fuerzas militares, sino mediante formas más difusas y complejas del poder. En tales condiciones, tendría más importancia el sistema de alianzas y la importancia de las tecnologías de la información y las redes, que soportan las fuentes de inteligencia global en su sentido más amplio. Ello acrecentaría la significación de los instrumentos del poder blando, que actuarían sobre todas las esferas de la sociedad. Se considera que Estados Unidos tiene todavía posibilidades de mantener una posición privilegiada en el control de esta cada vez más importante fuente de poder, apoyado en la rearticulación de alianzas globales, redes productivas y de servicios, así como energéticas e informáticas. Esto permitiría revitalizar la posición de esta gran potencia frente a sus principales retos dentro del sistema de poderes globales en las próximas décadas del siglo XXI.

El fracaso de estos enfoques, por una combinación de factores internos y externos, puede alentar alguna variante de las proyecciones neoconservadoras en política exterior, ajustada convenientemente a las nuevas realidades. Ello acrecentaría el peligro de conflictos militares y el empleo de la fuerza como medio para revertir las consecuencias de la declinación hegemónica, allí donde se identifican sus intereses vitales. En estos últimos, la geopolítica acrecienta su significado y pone en lugar cimero a sus más cercanos vecinos en el Hemisferio Occidental.

 

 

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RECIBIDO: 23/03/2014

ACEPTADO: 15/04/2014

 

 


Luis René Fernández Tabío. Centro de Estudios Hemisféricos y Sobre Estados Unidos (CEHSEU), Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: lrfernan@cehseu.uh.cu

 

NOTAS ACLAROTORIAS

1. Cfr. Paul Kennedy: The Rise and Fall of Great Powers. Economic change and military conflict from 1500 to 2000, pp. 799-831.
2. Cfr. Dolores Padierna Luna: La doctrina Obama y América Latina. Retos y soluciones desde la izquierda, pp. 28-34.
3. Cfr. Frank W. Elwell: "Wallerstein's World-Systems Theory".
4. Cfr. Immanuel Wallerstein: La decadencia del poder estadounidense. Estados Unidos en un mundo caótico, pp. 250-300.
5. Cfr. Joseph Nye Jr.: Bound to Lead: The Changing Nature of American Power, pp. 35-112.
6. Cfr. Joseph Nye Jr.: Soft Power: The Means to Success in World Politics, pp. 1-120.
7. Cfr. Henry R. Nau: "Why The Rise and Fall of the Great Powers was Wrong", pp. 579-592.
8. Cfr. George L. Bernstein: The Myth of Decline. The Rise of British since 1945, pp. 2-50.
9. Cfr. Marco A. Gandásegui (hijo) et al.: Crisis de hegemonía de Estados Unidos, pp. 15-22.
10. Cfr. Sean Starrs: "America Didn´t Decline. It Went Global", p. 2.
11. Cfr. Richard L. Armitage y Joseph S. Nye Jr.: A Smarter, More Secure America, p. 7.
12. Paul Kennedy: Auge y caída de las grandes potencias, p. 833.
13. Cfr. Ronal Steel: "The Domestic Core of Foreign Policy", p. 27.
14. Cfr. Immanuel Wallerstein: La decadencia del poder estadounidense. Estados Unidos en un mundo caótico, p. 54.
15. Cfr. Francis Fukuyama: "The End of History?", pp. 317-322.
16. Cfr. George W. Bush: "Discurso en West Point, New York".

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