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Universidad de La Habana

On-line version ISSN 0253-9276

UH  no.284 La Habana July.-Dec. 2017

 

ARTÍCULO ORIGINAL

 

El intertexto

 

 

Intertext

 

 

 

Roberto Medina

 

Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana, Cuba.

 

 

 

 


 

RESUMEN

Asumir la noción de intertexto desde criterios asentados, hizo que los estudios recientes conformaran las características de aquella noción a partir de las interrelaciones entre manifestaciones concretas de sus realizaciones textuales. Una mirada crítica hacia esas perspectivas de análisis permitió determinar otra postura interpretativa. Esta nueva mirada reconoce la condición de no fisicidad del intertexto, por lo que determina su naturaleza altamente variable, dada su existencia en lo virtual e interno de la mente de los interpretantes.

PALABRAS CLAVE: concreción, fisicidad textual, interpretante, movilidad, naturaleza virtual.



ABSTRACT

This article states that to assume the intertext notion from accepted criteria made recents studies to construct its chararcteristics over the interrelations between concrete manifestations on its textual realizations. A critical review towards such analysis allowed to determine other interpretative posture. This stance recognizes the intertext non-physical condition determining its highly variable nature, given by its existence on the virtual and internal dimensions of the interpreters mids.

KEYWORDS: Concrete Representation, Textual Physicality, Interpreter, Mobility, Virtual Nature.

 

 

 


Resultan particularmente interesantes los cambios desatados por la intertextualidad respecto a las concepciones sobre la tan traída y llevada idea de referencialidad de las obras de arte. La intertextualidad en la época posmoderna, lejos de estar oculta, a diferencia de lo que ocurre en buena parte de la producción artística moderna, hunde sus lanzas a veces intencionalmente en explicitarla escandalosamente, o de manera muy sutil y exigente, para atraer la atención de los interpretantes, sobre todo de los públicos especializados, o de aquellos algo más amplios preparados en ese ejercicio.

Antes de los años sesenta del pasado siglo, la presencia de otras huellas textuales en los creadores era asumida según la visión moderna, bajo la designación terminológica de influjo, siendo estimado un procedimiento válido. Era la manera en que por entonces se legitimaban las aproximaciones entre obras y creadores, aunque estuviesen situados en contextos geográfico-culturales y temporales próximos. Esa filiación genética de artistas y piezas nutrió durante muchísimo tiempo una parte importante de la literatura especializada en la crítica y el estudio histórico de las artes. La noción de influencia, a pesar de su largo uso en los estudios comparados de obras de arte, seguía dejando una estela difusa, que ha ido reasumiéndose desde la intertextualidad, tendiente a reducir esos grados de indeterminación por la mayor solidez conceptual y estructural ganada por los estudios. No resulta vano insistir en el carácter de pasividad semiconsciente en la noción de influjo, mientras la intertextualidad se caracteriza por la conciencia de los diálogos entre textos, aun cuando en el periodo gestor no se haya producido intencionalidad alguna en tal sentido por parte de los creadores. Son los investigadores, críticos e historiadores quienes se encargan de esa tarea, aunque en las últimas décadas los mismos artistas recurren a la cita, el pastiche, la remisión explícita desde la fase más temprana de ideación y construcción de las obras.

Muchas veces las creaciones no traslucen con facilidad sus filiaciones intertextuales, escondidas en formas aparentemente originales, sin dejar divisar de antemano sus posibles antecedentes. En cambio, cuando las obras de arte son sometidas a procesos descarnados de exploración, detrás de las apariencias afloran las estructuras subyacentes e iluminan otras obras, en las cuales resultaría inconcebible encontrar de primera mano esas huellas de familiaridad. A veces la aproximación textual se resalta por coincidencias estructurales y morfológicas, pero en muchas otras ocasiones se oculta tras lo aparencial, al no ser reconocible de manera directa, pues las relaciones intertextuales se dan a niveles de convenciones tipológicas que admiten un alto grado de variabilidad en las formas concretas de manifestación, de apariencias bastante irreconocibles, aunque detrás subyacen ordenamientos, jerarquías, disposiciones de elementos que atestiguan su filiación.

Hace algún tiempo atrás el estudio comparado de textos culturales se realizaba a partir de correspondencias, de similitudes entre textos concretos. Progresivamente los estudios desbordaron los análisis individualizados de textos y se encaminaron a la determinación de tipologías y subtipologías en formas ramificadas. Con el arribo de la disciplina de la intertextualidad, tras los primeros trabajos de Julia Kristeva y de otros investigadores, irrumpió un nuevo procedimiento, el de encontrar vínculos desde una perspectiva mucho más compleja en el reconocimiento de filiaciones genéticas entre textos, a partir de cercanías y similitudes no directas, trasmutadas en formas aparenciales muy disímiles, que tornaban las pesquisas, en una labor pericial desplegada en el ejercicio académico de los estudios comparados.

Mientras en un principio los acercamientos se hacían de obra a obra, progresivamente se fue abriendo paso una distinción mediadora a la que se denominó intertexto, que pasaba por la detección de un grupo de textos concretos, mucho más que de alguno en particular, considerado puente en los estudios relacionales. Se evidenciaba de esa manera un alejamiento considerable de los estudios filogenéticos precedentes. Comenzó algo nuevo: ver los nexos entre textos a partir de la mediación del intertexto.

Atendiendo a esas consideraciones, hay quienes han sentenciado que el intertexto es un texto entre otros textos. Por su parte, el teórico alemán Heinrich Plett (2004) ha sustentado que el intertexto tiene atributos que exceden la condición de un texto singular por no estar limitado necesariamente a la identificación de un texto específico, sino a constituyentes de otros textos que de conjunto conforman un texto-tipo actuante como texto mediador, siendo su modo de existir la conformación de cualidades de varios textos (Plett, 2004, p. 53).

En esa dirección, y con un interés particular, sobresalen las observaciones del teórico croata Pavao Pavlicic (1991), quien sugiere que el texto del cual se parte en el análisis para su rastreo intertextual se abre al estudio mediador del intertexto, valorando a este último como la puesta al día en el registro de todos los cambios producidos por las variabilidades tipológicas de una misma familia de textos (p. 75). Es decir, para Pavlicic el intertexto es un derivado, no es un texto particular en sí. La fuerza que él le confiere reside en su capacidad de abstracción tipológica.
Sin embargo, conviene introducir un matiz diferente, en el cual el intertexto no ha de ser solo considerado la resultante analítica, la abstracción de concreciones textuales, sino también, sin excluir esa posibilidad, ser el progenitor de los textos concretos. Asimismo, hay que identificar el cambio de estatuto de la naturaleza física del intertexto para concebirlo en esencia desde una naturaleza virtual. Ambos cambios son condicionantes de una perspectiva diferente.

Para desbrozar la naturaleza del intertexto se debe partir de que no está sujeto a la fisicidad textual,(1) al no existir como cuerpo físico, sino como sistema altamente complejo de modelaciones tipológicas y transformaciones, que tiene su estatuto raigal en lo "imaginal", y es ahí donde radica el elemento diferencial en la interpretación y definición del intertexto.

Pasar el intertexto del estatuto de derivado, de una condición dependiente de los textos, a considerarlo su verdadero gestor, desplaza de por sí el lugar que ocupa con relación a aquellos. El intertexto se revela como un infinito mutante, cuya maleabilidad responde, de una parte, a la variabilidad de los textos específicamente asociables a este, pero eso deja solo al descubierto un lado de la cuestión, en la cual el intertexto es una resultante de los textos, cuando la apuesta es por abrir un campo extendido de análisis a la manera no dependiente sino activa, en que los intertextos posibilitan engendrar nuevas cadenas de textos. Ese cambio se acentúa radicalmente al despojarlo de los vestigios de su concreción física. Resulta concebido en su fase más preliminar, de partida, anidada en los procesos mentales donde nace, no en una resultante analítica de llegada, formulada desde la cientificidad con el arribo al modelo resultante. El intertexto es lo contrario del resultado, lo que se percibe al distinguirlo emergente desde la fase anterior, en el proceso de su nacimiento en el pensar mismo, cuando van estableciéndose los primeros atisbos de su presencia, en lo interno de la psique del creador, crítico o historiador, quien va progresivamente estableciendo, de manera inicialmente libre y desarticulada, las conexiones asociativas, primero a nivel intuitivo y luego, ampliadas, esclarecidas y precisadas a nivel consciente.

Al efecto, desde esta perspectiva, al situar al intertexto no desde el lado del producto final conformado por sucesivas abstracciones de textos, sino desde su proceso de gestación en la mente de los interpretantes, desplaza su expresión de cualidades resultantes de rasgos ya aislados de textos concretos a todo el conjunto de procesos, en los cuales va intuyéndose y definiendo a nivel mental, y solo arriba a su maduración después de un largo proceso en el que ya desde el comienzo de las ideas tenía lugar su nacimiento, siendo en el pensar donde está su manera de ser y de funcionar, quedando su ulterior plasmación de cualidades diferenciales en una exteriorización de lo alcanzado en su proceso "imaginal".

A diferencia de los referidos autores europeos, y de muchos otros, la desidentificación del intertexto con textos concretos y con textos-tipo, formulado en cuanto a modelo tipológico establecido, con el cual se compara el texto estudiado por el creador o analista, propicia revelar la naturaleza interior del intertexto. Esta resulta visibilizada en su momento final cuando ha abandonado su carácter mental, para expresarse en acto en una vida exterior al sujeto que ha aislado el intertexto. De lo que se trata es de retrotraer su esclarecimiento, definición y existencia a la fase anterior, cuando ha comenzado a formarse ese modelo resultante en la mente del interpretante, y no solo investigador, porque el proceso adquiere cualidades diferentes entre un observador dotado de saberes y otro más común, pero el intertexto se crea mentalmente en uno y otro.

Es decir, el propósito de este análisis va encaminado a subrayar la naturaleza de los procesos síquicos gestores del intertexto y no a enfocar sus ulteriores concreciones textuales. Estas últimas son las manifestaciones corporales que asume el intertexto construido desde la mirada individualizada de los sujetos agentes, en dependencia de la destreza e inteligencia asociativa de estos, del conocimiento que posean y puedan movilizar, de los textos y codificaciones que les sirven de partida.

En todo acto de mirada hay una construcción de intertexto, una imagen mental que se apropia de detalles de los textos precedentes en cuestión y los reformula aun en la distancia que tenga ese observador respecto al momento de contacto con aquellos, pues desde la impresión del recuerdo continúa haciéndolos presente, modificándolos, distanciándose de la totalidad estructural y semántica de los textos concretos que son su fuente de partida, buscando de manera intuitiva y fragmentaria la formulación del intertexto mediante un dúctil y bien maleable proceso, en cuya naturaleza mental, participan imágenes, emociones y palabras susurradas, con la intención de atraparlas. En este proceso el intertexto va esclareciéndose, redefiniéndose, mutando en la bruma del pensamiento, hasta comenzar a perfilarse con nitidez.

El estatuto más profundo y esencial del intertexto es su condición inmaterial, pues su cualidad distintiva es mental. El resultado de este proceso desarrollado en la psique de cada sujeto interpretante hace de lo "imaginal" el núcleo a partir del cual se construyen, preservan y reconstruyen constantemente los textos y los intertextos, cuyos efectos son la ampliación de la cultura en su conjunto. Mirado con detenimiento, es en la no atadura del intertexto a la fisicidad donde reside su movilidad, su dinámica maleabilidad, su fuerza activadora, no restringida simplemente a reproducir modos concretos del hacer de obras particulares; de ahí responde posiblemente, al menos en parte, el carácter innovador de los procesos de creación cultural.

Entre los estudiosos del campo cultural del intertexto, se encuentra Paul Zumthor, quien, al observar el panorama de lo intertextual desde el enclave cultural francés, se sitúa al lado de quienes ven el intertexto en el modelo resultante, no en el proceso de su constitución. Al efecto, refiere que todo texto de por sí "actualiza virtualidades" preexistentes (Zumthor, 1997, p. 175). De modo sorprendente se acerca a la idea general de virtualidad de lo intertextual aquí defendida. Pero Zumthor refiere esta cualidad a la precedencia de architextos, modelos abstractos que de alguna manera se han sedimentado en la cultura, funcionando a manera de pretextos tipologizados, a veces en el transcurso de grandes periodos, cuya movilización interactiva por los nuevos sujetos aprehensores condiciona la creación y la recepción de nuevos textos a partir de la apropiación de esa modelación.

En cambio, en el presente estudio se ha preferido un distanciamiento de la aludida noción de pre-texto, no obstante reconocer las cualidades abstractas y la modelación virtual, materializada en formas tangibles, a consecuencia de sistematizadas prácticas ejecutorias precedentes que, según aquel autor enfatiza, sirven de partida para el reconocimiento de las vinculaciones intertextuales. Se ha preferido no utilizar esa terminología (pre-textos o architextos) en cuya naturaleza arquetípica se sospecha una tendencia idealizada a constituirse en variables estabilizadas, disponibles de ser tomadas del fondo de la cultura, y considerarlo, por el contrario, desde la perspectiva personalizada, mediadora del intertexto, el cual está dotado de una ductilidad y dinámica esenciales al mismo, desplegado de manera práctica y variable en la psique de cada uno de los sujetos activos. Estos, después y solo después de mediar con los modos de expresión precedente a los cuales tienen acceso o han quedado conservados en su memoria, lo proyectan y expanden en actos de palabra o en expresiones multiformes, pero no desde su reproducibilidad integral, lo cual sería realmente imposible, sino de acuerdo a su capacidad de ordenamiento, de la que emerge la elaboración de un nuevo producto textual, que pudiendo acercarse en algo a aquellos de partida, se aleja en tanto percepción discriminatoria, articuladora de rasgos seleccionados, con los cuales recompone y construye su imagen personal, en lo que es en esencia el intertexto. Es decir, el intertexto es el resultado de una construcción mental personal. Su estatuto primario y esencial es el de ser un intertexto de naturaleza no universalizable, sino una recreación particularizada de lo previamente existente.

El distanciamiento de las posturas analíticas de los autores europeos referidos ad supra está dado porque la naturaleza de los procesos de construcción del intertexto deben remontarse aún más atrás, desde su origen causal en las operaciones mentales individuales que cada sujeto-receptor-interpretante realiza, de acuerdo con el horizonte de sus conocimientos y habilidades, sin requerir necesariamente partir de las modelaciones sistematizadas preliminarmente por el conjunto de la cultura, que son el fondo de los saberes generales, condicionadores de partida de cada observador, a los cuales pudiera tener acceso, o no, con suficiente solidez o en un modo muy fragmentario.

Es en la dinámica de las asociaciones que tienen lugar en lo interno de las mentes de los receptores donde reside el momento de existencia del intertexto, en un paso inevitable tanto en personas conocedoras y especializadas como son los creadores, los críticos, los investigadores e historiadores, poseedores de saberes preliminares sistematizados, como también en aquellos receptores no tan favorecidos de antemano para el ejercicio de la detección de enlaces intertextuales.

Asimismo, se difiere de las consideraciones de Zumthor, en que los "pre-textos" dejan traslucir todavía una especie de condición intermedia entre cierta co-presencia de lo físico y lo representacional, en tanto pueden ser hasta textos concretos, y más bien son esos textos, comúnmente reconocidos por la cultura, en tanto sobresalientes tipologías paradigmáticas, consideradas por él como architextos existentes, a los cuales, a manera de entelequias, acuden los sujetos en los nuevos actos de creación e interpretación. En cambio, aquel autor no tiene en cuenta que el intertexto tiene una existencia puramente virtual y es resultante de operatorias mentales que parten de textos y sedimentaciones del análisis asociativo de muchos textos a la vez.

Es en el peculiar y sobrecogedor silencio de las imágenes surgidas en las mentes de los interpretantes, asociadas a intuitivos sentimientos reveladores de la existencia de lazos escondidos, y a análisis deductivos, por los cuales estos receptores-interpretantes perciben los enfoques intertextuales desde sus particulares enclaves de observación. Sin embargo, esa condicionante particular de la mirada de cada quien, capaz de establecer asociaciones sorprendentes, disloca el presupuesto de partir de textos específicos, sean desde su materialidad o virtualidad tipologizada, con los cuales se ha pretendido identificar y confundir el intertexto, pues es solo en la movilidad personal de las asociaciones mentales donde el intertexto nace, vive y muta. De esa condición tan peculiar le viene una propiedad distintiva: la no-fijeza.

El intertexto no es algo dado de por sí, una entidad corpórea aislable, es el resultado del proceso realizado en y desde lo mental, asentado de modo natural en las operaciones profundas de la psique humana, aun cuando los sujetos observadores crean estar partiendo de ejercicios analíticos, del contraste de formas y estructuras de modelos concretos de textos, incluso si recurren a expresiones modeladoras abstractas de aquellos, realizados por diferentes creadores, críticos e investigadores que le han precedido.

Los nuevos textos se construyen primero en la mente y luego son plasmados físicamente. Es en la estructuración, reformulación y redefinición en la mente, por los creadores y analistas, de donde emanan luego los textos como textos, no como intertextos, que pueden llegar a manifestarse en obras o reducirse a la mera expresión oral, comentario u opinión especializada o no, sin quedar registro permanente de ello, desvaneciéndose para el fondo de sedimentaciones a legar por la cultura.

Determinados textos creados con anterioridad, realidades prexistentes para el observador inteligente que mira, inciden de manera consciente o no, y desde su interior construyen y modelan su intertexto, pues tiene otra cualidad asociada a su naturaleza "imaginal", la de ser cambiante, no construida de una sola vez, de manera instantánea y universalizable. Es una modelación mental a partir de asociaciones muy personales de acuerdo a la capacidad de mirada, condicionada por las circunstancias. Es decir, el intertexto es la fase mental en el reconocimiento y establecimiento de relaciones intertextuales. En una cadena comunicativa, el intertexto ocupa el lugar indicado en la figura 1 con el número (3) ejecutado en el interior del sujeto (2), exteriorizado no como intertexto sino como nuevo texto en (4):

En el modelo anterior, el tránsito del proceso intertextual pasa sucesivamente de las fases (1) a la (4), comenzando por los textos precedentes (1) hasta la elaboración de la obra o el texto analítico o crítico (4). La ventaja de la concepción de este modelo es que otorga al intertexto el rango de eslabón intermedio fundamental, determinante en la manera en que el creador o el crítico construye su intertexto particular, es decir su perspectiva valorativa, acentuadora de determinados elementos, ordenados de forma jerárquica y espacial dentro de la estructura del nuevo texto.

Mediante el intertexto, en su inevitable acción mediadora y solo a través de su intervención mental, nace el proceso de construcción de nuevos textos, en cualquiera de sus manifestaciones posibles. No importa si estos textos son reproductores o profundamente renovadores, pues en todos los casos el intertexto interviene como un paso mental intermedio, imprescindible en la ampliación de la cultura en su sentido más vasto, incluso, en su sentido reproductor.

Los nuevos textos derivados propician a su vez el inicio de una nueva cadena de enlaces del (1) al (4) al convertirse los textos resultantes (4) en los textos precedentes (1) de un nuevo encadenado interpretativo, así una y otra vez, en una nueva cadena, y otra y otra ad infinitum.

Las variabilidades asociativas del intertexto por la actividad de cada sujeto interpretante es lo que da, a nivel de la individualidad del creador -entiéndase al crítico e investigador en tanto creador y no mero sujeto interpretante subordinado-, y a la cultura en su conjunto, un poder regenerador y no solo de simple reproducción, por su capacidad mutante de sujeto a sujeto y en un mismo sujeto a lo largo de su vida, por el cual en el proceso de decantación de los modelos de partida, hace suya la construcción personal de un modelo interpretativo. Será, no obstante, básicamente reproductor y eso no menoscaba ni modifica su condición de sujeto interpretante cuando las operaciones constructoras del intertexto mental van aparejadas a la reproducción de modelos ya establecidos, cuya probada eficacia favorece una acomodada receptividad de los modelos textuales concretos de partida, excluido todo sustancial esfuerzo básico por violentar, modificar y recrear los códigos establecidos en las prácticas artísticas convencionalizadas.

Con anterioridad a la aparición de la noción de intertexto, el modo acostumbrado de concebir las relaciones intertextuales era el paso del (1) a (4) sin mediar (3), razón por la cual era más reducido el número de eslabones comunicativos que intervenían. Por entonces, la función mediadora del intertexto no era mostrada, ni siquiera era formulada su existencia. Al no aparecer (3), quedaba el sujeto enfrentado a los textos precedentes en los que se inspiraba conscientemente o no. A lo más quedaba en gustos, afinidades, determinaciones del sujeto, de apropiarse fielmente de los códigos precedentes, o de estar movido de cierta carga irónica o transformativa hacia ellos.

Las obras de arte eran analizadas en sus relaciones directas o indirectas, explícitas o no con los textos fuentes de donde se habían nutrido sus ejecutores para la elaboración de los nuevos. El modelo resultante de esa concepción anterior resultaba simplificado, en el modo que se expone en el figura 2:


En esa perspectiva analítica, si bien el sujeto en cuestión era considerado poseedor de una fuerte carga activadora en tanto sujeto agente, los análisis se detenían en el propósito de establecer las correlaciones entre el texto de llegada (la nueva obra, crítica o ensayo histórico) y el (los) texto(s) de partida, aludidos veladamente o retomados de forma abierta.

El intertexto no es un fenómeno cultural netamente restringido a la creación artística, o en un sentido amplio a la producción e interpretación de textos, por el contrario, es un modo generalizado, intrínseco al pensar humano, extensible por consiguiente a cuantos campos de la actividad humana existen. En la esfera de la cultura, posibilita combinatorias que van de un extremo al otro, de redundantes a inusitadamente renovadoras. En ambos casos interviene con una notoria fuerza y vitalidad, tanto para el esplendor ritualizado de la repetición en las sociedades tradicionales, como las sociedades con culturas de impetuoso o frecuente dinamismo, en todas las cuales adquiere un grado tal de importancia, que no puede ser desatendida o minimizada su función conservadora o reconstructora en el interior de la cultura humana como un todo, y no solo en la cultura artística.

Es cierto que, especialmente en el arte, pero no solo en él, despliega esa potencialidad de reorganización, de gestación, de ser una fuente inagotable de cambios, pero también en los textos científicos, al no estar sujetos necesariamente a la reproducibilidad, a la persistencia de valores alcanzados con anterioridad por las sociedades, sino por el contrario, a la incorporación, abandono y transformación de lo existente.

La condición intertextual pasa obligada por el intertexto, cuya función es mediadora y modeladora. ¿Por qué razón es obligada la mediación del intertexto? Porque en su carácter de interconexión anida la naturaleza intrínseca, cualitativamente distintiva del intertexto, y a la vez, la de la intertextualidad en su conjunto. ¿Qué significa esto? La función modeladora del intertexto será notoriamente reproductora o altamente variable de acuerdo a las circunstancias que lo demanden, según el predominio de la acción de las fuerzas sociales y culturales en una dirección u otra. Precisamente, por su estatuto virtual y no físico, el intertexto posibilita la existencia de esos atributos como un repertorio asociativo de modelos y variables, donde las relaciones entre textos se moverán desde el registro de la mera coincidencia aparencial-sensorial, sea en estructura, forma y detalles entre un texto A y un texto B o, por el contrario, hasta la más abierta corrupción de las estructuras de ordenamiento del lenguaje, en lo estructural y semántico.

Cada intertexto tiene asociado miríadas de textos concretos de donde ha partido y a los cuales evoca abierta o solapadamente, en dependencia, en parte, de la habilidad de los interpretantes, capaces de percibir asociaciones de parentesco, las que se pueden organizar en racimos de textos. El intertexto participa de la intertextualidad como abstracción modélica y, a la vez, como constante actualización y variación virtual, cuyas nuevas realizaciones, al ser plasmadas en obras, no calcan las precedentes, las modifican en mayor o menor grado, generando un dinamismo, una variabilidad modélica altamente enriquecedora, susceptible de ser organizada analíticamente en forma arborescente.

El valor y la cualidad distintiva del intertexto es la de servir de puente entre diferentes textos, pero en la medida de no ser en sí mismo un texto físico, aunque haya quienes dejen entrever insistentemente lo contrario,(2) de naturaleza modélica virtual, las consecuencias son múltiples, entre ellas la puesta en crisis del concepto de mimesis. Esta última noción sufre un desplazamiento de copia de otro texto concreto, presupuesto con el cual ha operado durante siglos, a la noción muy diferente de copia del modelo abstracto del intertexto. Ni siquiera es una copia de este sino una actualización, al apropiarse de él de manera susceptible a ser muy variable por su naturaleza mental, opuesta a la fijeza, si bien tiende a fijarse en sus expresiones textuales, que no son ya intertextos, aunque estén vinculados a este.

Sostiene Heinrich Plett (2004) que el intertexto es fluctuante, no puede ser aislado, ni descrito en su integridad, al ser un indeterminable (pp. 54-55), tiene un status cambiable, fluido, que en ocasiones se rigidiza, generando manifestaciones textuales muy precisas, de estructuras y formas estables, encargadas de repetir insistentemente los códigos y normativas sobre los cuales se ha modelado, como ocurre en los periodos, circunstancias o sociedades donde la norma se establece en el transcurrir de las prácticas y propende a reiterarse o recrearse sin variaciones o trasgresiones abruptas. Eso realmente ocurre muy frecuentemente en las artes tradicionales, algunas de las cuales persisten en sus procedimientos y códigos con una prolongada estabilidad, como manifestación de la permanencia de las normas y la resistencia al cambio morfológico aún más que el semántico, pero, sobre todo, es un claro signo de estabilidad de las organizaciones sociales y de los sistemas axiológicos a los que responde ese arte. Esto sucede en sociedades no propensas al cambio, sujetas a modos de comportamiento social cuya estabilidad primordial en valores y normas puede alcanzar hasta centenares de años, como lo demuestran las sociedades tradicionales del África negra continental, entre otras sociedades preservadoras de sus tradiciones.

Sorprendentemente, aunque en esos casos la fijeza parece ser parte consustancial al intertexto -en realidad intertextos, pues son más de uno los que intervienen y de donde dimanan las tipologías de obras que ejecutan las comunidades-, se muestra esa rigidez como solo una parte restringida de la naturaleza del comportamiento del intertexto en su plasmación física a modo de textos, pues en el resto de los casos este adquiere una dinámica y una movilidad que a veces asusta, como es en el caso de las sociedades postindustriales modernas, donde el cambio de modelaciones sobre las cuales se construyen los textos artísticos, y no solo estos, es de una velocidad de cambio vertiginosa. Esa es la cualidad distintiva de los intertextos en esas sociedades, resultante de las variaciones introducidas mentalmente al (los) intertexto(s) por los sujetos creadores y analistas, luego plasmadas en forma de textos. Lo anterior permite reflexionar y deducir que es una condición sine qua non la no fijeza del intertexto, cuyo comportamiento se somete a circunstancias contextuales para asumir, en ocasiones, según la época y el medio geográfico-cultural, una pluralidad de modelos y posteriores manifestaciones concretas en textos o, por el contrario, una fluctuación mucho más reducida numérica, morfológica y estructural, dadas otras circunstancias.

La naturaleza variable del intertexto lo da su condición de no fisicidad, la movilidad morfológica y axiológica de los modelos deducibles de estos, los cuales operan como proyecciones virtuales, abstracciones, antecedentes de modos empíricos de concreción. El intertexto tiene una naturaleza virtual, pero no pretende quedarse en puro pensamiento, su fuerza y finalidad demanda su concreción en textos cuya existencia seguirá derroteros no del todo precisados o formulados de antemano como intertexto. O sea, el intertexto, finalmente, no es un calco plasmado en un texto, es solo el detonante de su plasmación, la cual adquirirá autonomía de aquel.

La existencia esencial del intertexto es mental, pero en tanto no adquiere fijeza, necesita su proyección en obras, donde su plasmación deje de ser la esencia de lo que fue para ser el resultado de cuanto logró ser plasmado de manera tangible. Apenas adquiere fisicidad, contingencia, introduce variaciones al (los) modelo(s) concreto y abstracto de partida y al de llegada, alcanzado como resultado de las ideas sobre las cuales se ha restructurado en la mente de cada sujeto interpretante. Las condiciones del intertexto son tan móviles, tan alejadas de fijeza estructural, que los creadores y los textos nuevos lo van modificando en el proceso de creación. Mas, como si con eso no bastara, es permeable a las intervenciones de los interpretantes inteligentes, quienes de manera coherente desarrollan sus propios intertextos, al ser capaces de estructurarlos mentalmente a través de sagaces asociaciones. No tanto ha de ser puesto ahora el énfasis en el análisis intertextual a partir de estructuras físicas entre los textos estudiados, sino en la manera en que aparecen relacionados con el intertexto, el cual resulta ser el principal sistema modelador y modificador de las estructuras sintácticas y semánticas de los textos asociados.

Finalmente, la teoría intertextual en general, y por consiguiente también respecto a la naturaleza y funcionamiento del intertexto, evidencia ser una valiosa herramienta metodológica de análisis de los procesos generales del arte, en especial de los de creación y recepción. Da muestras de ser una teoría aún en desarrollo, susceptible de un gran despliegue teórico y de aplicaciones prácticas fructíferas, en la cual es posible contribuir al fondo teórico internacional desde cada enclave geográfico, étnico y cultural, más ahora cuando lo multicultural parece abrirse camino en el mundo contemporáneo evidenciando la participación de lateralidades en la búsqueda de espacios de legitimación antes dominados por un solo grupo de especialistas ubicados en los grandes centros emisores.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Genette, Gerard (1982): Palimpsestes, Editorial du Seuil, París.

Nomo Ngambe Amougou, Monique (2009): "Intertextualidad, influencia, recepción, traducción y análisis comparativo", Tonos digital: revista electrónica de estudios filológicos, n.º 17, ISSN-e 1577-6921, <http://www.tonosdigital.es/ojstest/index.php/tonos/article/view/311/222> [30/5/2010].

Pavlicic, Pavao (1991): "La intertextualidad moderna y postmoderna", Criterios,
n.o 30, La Habana, pp. 65-87.

Pfister, Manfred (2004): "Concepciones de la intertextualidad", Intertextualitat 1. La teoría de la intertextualidad en Alemania, Criterios, La Habana, pp. 25-49.

Plett, Heinrich (2004):"Intertextualidades", en Intertextualitat 1. La teoría de la intertextualidad en Alemania, Criterios, La Habana, pp. 50-84.

Zumthor, Paul (1997):"Intertextualidad y movilidad", Intertextualité. Francia en el origen de un término y el desarrollo de un concepto, Criterios, La Habana, pp. 173-181.

 

 

 

RECIBIDO: 23/12/2015

ACEPTADO: 3/3/2016

 

 

 

Roberto Medina. Facultad de Artes y Letras, Universidad de La Habana, Cuba. Correo electrónico: robertojmedina168@gmail.com

 

NOTAS ACLARATORIAS

1. Por fisicidad se entiende la naturaleza corporal de los textos artísticos, cualquiera que esta sea.

2. La propia Kristeva parece participar de esta postura partidaria de valorar a ciertos textos como intertextos. Igualmente, para el francés Gerard Genette, en Palimpsestos. La literatura a la segunda potencia, el intertexto es diversidad de "textos concretos" que entran en relación con un texto dado. Otros articulistas enuncian criterios próximos a estos, como la investigadora africana Monique Nomo Ngamba Amougou, profesora de la Universidad de Duala, en Camerún.

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