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Universidad de La Habana

On-line version ISSN 0253-9276

UH  no.293 La Habana Jan.-Apr. 2022  Epub Mar 03, 2022

 

Artículo original

La participación de los chinos en las guerras por la independencia de Cuba en la segunda mitad del siglo xix

The Participation of the Chinese in the Wars for Cuban Independence in the Second Half of the Nineteenth Century

1 Universidad de La Habana, Cuba.

RESUMEN

El trabajo aborda la presencia china en Cuba desde las primeras oleadas inmigratorias durante la segunda mitad del siglo xix, así como las características intrínsecas del impacto sociocultural de la inserción del etnos chino en la formación de la nacionalidad cubana. El objetivo es demostrar que esta representación se manifestó con gran fuerza en las guerras por la independencia de la Isla. Para desarrollar las ideas se tuvo en consideración una amplia variedad de textos de carácter histórico de reconocidos investigadores cubanos, dedicados a estos estudios por largos años, asimismo artículos elaborados por especialistas de la Cátedra de Estudios sobre la Presencia y la Inmigración China en Cuba. El tema será de gran interés ya que muestra la trascendencia de la comunidad china, cuya mixturación se perdió por completo para dar paso al chino-cubano. En esa verdad descansa la esencia de esta propuesta.

Palabras clave: Asia; historia; migración

ABSTRACT

This paper deals with the Chinese presence in Cuba since the first waves of immigration during the second half of the 19th century, as well as the intrinsic characteristics of the sociocultural impact of the insertion of the Chinese ethnos in the formation of Cuban nationality. The objective is to demonstrate that this representation manifested itself with great force in the wars for the independence of the Island. To develop the ideas, a wide variety of texts of historical character of recognized Cuban researchers, dedicated to these studies for many years, were taken into consideration, as well as articles elaborated by specialists of the Chair of Studies on the Presence and the Chinese Immigration in Cuba. The topic will be of great interest since it shows the transcendence of the Chinese community, whose mixture was completely lost to give way to the Chinese-Cuban. In that truth lies the essence of this proposal.

Keywords: Asia; history; migration

INTRODUCCIÓN

El siglo xxi ha colocado a China en un lugar cimero a nivel internacional, lo que le proporciona un indiscutible reconocimiento mundial en el orden económico, político, social, científico, tecnológico y militar. Los orígenes del progreso de esta nación se encuentran fundamentalmente en el año 1978, cuando la dirección del Partido Comunista desplegó un conjunto de reformas armónicamente diseñadas con el fin de renovar la imagen nacional en los citados aspectos. A partir de ese proyecto transformador la República Popular China ha ascendido ininterrumpidamente hasta ubicarse en la más alta posición económica mundial.

Mientras algunos analistas de diversas latitudes manifiestan que el gigante asiático, a lo largo de su historia milenaria, ha permanecido rígido en cuanto a las relaciones culturales con otros pueblos y que estas se han visto limitadas y reducidas a puros intereses comerciales, la historia se ha encargado de mostrar una imagen diferente, más dinámica, donde la emigración ha desempeñado un papel fundamental.

La emigración da forma a la historia china. Cada dinastía utilizaba su control político y económico para promover o detener el flujo migratorio. En los periodos de crisis las fronteras se abrían y se propiciaba la migración de grandes grupos que buscaban en pueblos cercanos la seguridad que habían perdido. Puede entonces afirmarse que el ciclo dinástico está interrelacionado con el ciclo migratorio. El comienzo de cada dinastía iba acompañado por una expansión territorial y la consiguiente emigración.

DESARROLLO

Los historiadores exponen que desde el periodo histórico de la dinastía Shang (xviii-xi a. n. e.) los chinos comenzaron a emigrar hacia el extranjero por causa del comercio, la religión, la guerra y como una forma de supervivencia. Según investigaciones antropológicas, hace aproximadamente 5 000 años los inmigrantes chinos pasaron por Taiwán, Filipinas y llegaron a las islas de Indonesia (Drakeley, 2009). A finales del siglo xi a. n. e., con el declive de la dinastía Shang y la ascensión de la dinastía Zhou, los funcionarios y guerreros de la fracasada casta se escaparon con botes por el mar para evitar convertirse en esclavos. Se dice que algunos de ellos llegaron a América. En este mismo tiempo el funcionario Qi Zi (Liu, 2006) llevó a 5 000 guerreros como inmigrantes a Corea. Ya en la dinastía Zhou, durante el periodo de los Reinos Combatientes (475-221 a. n. e.) era una práctica habitual que la población de un estado conquistado fuera llevada a otros estados como esclavos o para su reasentamiento (Hsu, 1965). Esta forma de actividad migratoria se sucedió desde entonces en cada dinastía y favoreció el intercambio cultural.

En la dinastía Qin (siglo 221 al 206 a. n. e.), el reino Shihuang buscaba la inmortalidad y dispuso que Xu Fu (Hsu, 1965), funcionario que dominaba la hechicería, se encargara de esa responsabilidad. Este enviado se llevó a más de 3 000 personas, incluidos 500 varones y 500 mujeres vírgenes, obreros, guerreros, campesinos y remeros, quienes se embarcaron a Japón portando semillas, especias, libros, instrumentos para trabajar la tierra y medicinas. De esta inmigración forzada no hubo noticias; sin embargo, las evidencias mostraron que existe un antiguo cementerio chino en Japón y cada 28 de noviembre se realiza una ceremonia de recordación al hechicero como agradecimiento por su contribución en hombres y especias al desarrollo del municipio de Geshan en la provincia Xingong. Durante esta dinastía muchos chinos se escaparon a Corea con el fin de evitar la guerra y los impuestos y llevaron las letras chinas a esa nación.

En el principio de la dinastía Han (196 a. n. e.), Wei Man (Liu, 2006) escapó con más de mil guerreros a Corea y se puso al frente de ese reino. En 122 a. n. e. y en cumplimiento de misión, el diplomático y aventurero Zhang Qian llegó a Persia e India y abrió la ruta comercial desde la provincia Sichuan hasta India. En 97 n. e. el general Ban Chao solicitó a Gan Ying (Liu, 2006), quien formó parte de la fuerza expedicionaria de 70 000 soldados que viajó al extremo oeste en la frontera occidental con Partia -una de las principales potencias políticas y culturales iranias del antiguo Irán- con el fin de visitar el Imperio Romano oriental y, según los registros históricos «es él el único chino que fue al extremo occidente durante la antigüedad» (Liu, 2006, p. 135).

El doctor en ciencias e investigador chino Hsu Choyun (1965) detalla que en la dinastía Han se formaron cuatro rutas: la ruta de la seda continental que se extiende desde Changan hasta las zonas de Asia central y occidental; la ruta de la seda marítima que se centró en la ciudad Guangzhou y se extiende hasta las zonas del océano Índico por Asia sureste; la ruta desde China hasta Corea y Japón; la ruta desde la provincia Sichuan hasta India. Mientras tanto, los comerciantes chinos que fueron a Asia sureste, Asia sur, Asia central y Asia occidental utilizaban estas cuatro rutas habitualmente. Con respecto a esta información concurren variedad de criterios en los investigadores, aunque todos coinciden en que la ruta de la seda se expandió por las ciudades más importantes del mundo antiguo a partir de la toma del poder de esta dinastía.

A finales de la dinastía Han había monjes que fueron a la India con el fin de profundizar en el conocimiento del budismo y llevar a China libros originales de esta religión, algunos se quedaron viviendo allí y formaron parte de sus monasterios.

En el libro Les Prairies d'or, Abou al-Hasan Ali al-Masoudi (Liji, 2011) el historiador y geógrafo árabe conocido como el «Heródoto de los árabes» menciona que en su paso por la isla Sumatra en el año 943 vio a muchos chinos que cultivaban la tierra. Llegaron allí intentando sobrevivir a la famosa sublevación Huangchao.

En el 751 n. e. Gao Xianzhi (Miller, Vandome y McBrewster, 2010), conocido general de la dinastía Tang, con participación en múltiples expediciones militares para conquistar las regiones occidentales sobre las montañas Pamir y llegar al mar de Aral y al Caspio, estuvo al frente de 30 000 guerreros con el objetivo de pelear contra los árabes y fracasó, pero estos introdujeron la técnica de hacer el papel en Asia central y occidental.

En la dinastía Song se desarrollaron las relaciones internacionales, sobre todo con los países del sureste asiático, con los cuales existía un intercambio alto del comercio. Había periódicamente transporte marítimo entre la isla Sumatra y las ciudades Quanzhou y Guangzhou (Zhang, 2016).

Desde el siglo xiii, gracias a los adelantos tecnológicos aplicados a la navegación marítima promovidos por la dinastía Song (960-1279) y el interés de la dinastía mongola Yuan (1279-1368) por imponer su poder militar naval en el sudeste asiático, se desarrolló enormemente el comercio exterior marítimo. Los juncos chinos comenzaron a competir con los barcos malayos, árabes, persas e hindúes y progresivamente controlaron el tráfico mercantil de la región hasta prácticamente finales del siglo xviii cuando los europeos tomaron el relevo.

Durante el periodo de declive de la dinastía Song, los funcionarios y pueblos se escaparon a los países del sureste asiático. En 1293 n. e. la dinastía Yuan mandó a más de 20 000 guerreros con el fin de conquistar Java y fracasaron, una alta cifra de ellos se quedó y se casó con las nativas (Lieberman, 1998). Según anotaciones históricas (Maier, 1992), Ma Huan, que era remero de Zheng He, vio a muchos chinos que vivían en los pueblos de Duban, Xincun y Suluba de Java. La autoridad del pueblo Xincun procedió de la provincia Guangdong y llegaron a conformar más de mil familias y los nativos venían para comprar las mercancías.

Durante la dinastía Ming (1405 y 1433 n. e.), Zheng He (Gavin, 2003) viajó siete veces por los oceános Pacífico e Índico, visitó más de 30 países y llegó a África oriental y al Mar Rojo. Los historiadores coinciden en que el aumento del comercio privado trajo consigo los primeros asentamientos de mercaderes chinos en el siglo xiv en el sudeste de Asia. Frente a los mongoles Yuan, la dinastía Ming estuvo constantemente preocupada por la seguridad de la frontera norte. De acuerdo a su interés estratégico, después de las siete expediciones marítimas a comienzos del siglo xv que les llevaron hasta la costa oriental de África, dejaron de potenciar su poder naval para concentrarse en la amenaza de los pueblos del norte que finalmente acabaron conquistándolos. Paralelamente trataron de reducir todo el comercio privado a su forma pública de tributo, es decir, a las misiones enviadas por los reinos y pueblos extranjeros con el fin de reconocer la soberanía del imperio chino, aunque solo fuera a un nivel nominal.

La prohibición del comercio privado y de la emigración sin el permiso oficial dejó a los mercaderes chinos fuera de la ley. Estas medidas ocasionaron que muchos decidieran asentarse en el extranjero definitivamente casándose con mujeres nativas, lo que resultó en el surgimiento de pequeñas comunidades mestizas. Al mismo tiempo establecieron redes mercantiles que comprendían diversos puertos, controlando no solo el comercio con China, sino también el intrarregional. Algunos volvieron como enviados portadores de tributo en representación de los reinos y pueblos donde residían, con cuyas élites políticas habían forjado estrechos lazos.

Al final de la dinastía Ming, Filipinas tenía mayor cantidad de inmigrantes chinos. En el año 1571 cuando los españoles conquistaron Manila, solamente se quedaron 150 chinos. En 1588 la cantidad total de los chinos superó hasta más de 10 000 personas y en el año 1603 el número alcanzó hasta 23 000.

La historiografía especializada refiere que en China existían desde el siglo xvi, en la provincia de Fujian, y desde finales del xviii en la de Guangdong, algunos pueblos y distritos económicos dependientes de la mano de obra masculina que residía en el extranjero. Generalmente se quedaban en los pueblos las mujeres, niños y ancianos cuya principal fuente de ingresos domésticos eran los envíos periódicos de dinero de los emigrantes. Joaquín Beltrán Antolín (1997), antropólogo social y especialista en estudios asiáticos de la Universidad Complutense de Madrid, caracteriza estos territorios conocidos como qiaoxiang y expresa que «son como islas en el interior de China […] poseen una cultura orientada a la emigración. Se distinguen por la construcción de viviendas privadas con rasgos arquitectónicos extranjeros (yanglou), un nivel de vida alto, grupos domésticos incompletos, etc.» (pp. 161-178). Sin embargo, llama la atención que los nativos del lugar, aunque pasaran la mayor parte de su tiempo en el extranjero, no perdían las relaciones con sus paisanos y lugar de origen, a donde regresaban para cumplir con las tradiciones culturales nacionales.

Durante el siglo xviii ante la presión creciente de las potencias occidentales, el Estado trató de reducir el comercio privado a un único puerto, Cantón, y aplicar más severamente la ley. Con un pasado de conquista y gloria, el siglo xix irrumpe de manera desfavorecedora en la historia china. El eminente sinólogo francés de la segunda mitad del siglo xx, Gernet (1999), ofrece una síntesis global de la evolución de China en todos los campos y en todas las épocas. Refiere que «a finales del reinado de Qianlong, sexto emperador de la dinastía Qing, la última dinastía imperial china, y el cuarto emperador Qing que reinó sobre toda China, a principios del siglo xix aparecen síntomas inquietantes de una degradación del estado y del equilibrio social» (Gernet, 1999, p. 468). Estos indicios se combinaron para crear inestabilidad socioeconómica en el sur del imperio y sirvieron para impulsar la migración masiva de chinos a nivel internacional.

El Imperio Qing tuvo que enfrentar innumerables problemas dentro y fuera de sus fronteras. Al interior, la mayoría de los problemas del gobierno «vinieron marcados por la complacencia y la corrupción en todos los niveles de la burocracia» (Bailey, 2002, p. 54). La corrupción se propagó entre los funcionarios del imperio, quienes habían vivido lujosamente en el último siglo debido al tesoro público. Por otra parte, se produjo un marcado incremento poblacional que superó la cantidad de tierra cultivable y comenzó a ejercer una presión insostenible sobre este recurso. En la reconocida obra del escocés Adam Smith (1776), Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, puede apreciarse su valoración sobre el esplendor y las diferencias clasistas al señalar que «en China los ricos viven en una opulencia superior a cualquier lugar de Europa y así mismo, los pobres lo son en mayor medida que en cualquier parte de Europa» (p. 60-61).

A este desequilibrio social debe sumarse el progresivo déficit de la balanza comercial china en la que predominaron los tratados desiguales derivados de la Primera Guerra del Opio (1839-1842), nombre con el que se identifica dicho conflicto y que concluyó con una victoria rotunda de las tropas inglesas sobre las chinas. La dinastía Qing se vio obligada a capitular en 1842 con la firma del Tratado de Nanjing bajo la presión militar de las potencias coloniales occidentales. Estos tratados socavaban la soberanía nacional, harto defendida a lo largo de los siglos y conferían derechos y prerrogativas a una de las partes firmantes, en este caso a las potencias occidentales, las cuales podían tener retribuciones territoriales, comerciales y monetarias. Según Bai (1984), «con esta derrota se produjo un importante punto de inflexión en la sociedad china, puesto que desde ese momento China fue perdiendo poco a poco su independencia política y su soberanía nacional» (p. 413). Asimismo, disminuyó su influencia y dominio en las relaciones internacionales dentro de Asia Oriental, donde había mostrado su poderío cultural, moral y militar durante más de dos milenios.

En el plano internacional se produjo el advenimiento de la Revolución Industrial, la independencia de las colonias americanas de los imperios español y portugués, y la consecuente necesidad de la formación de obreros calificados, mercaderes y comerciantes, y no calificados para la explotación agrícola e industrial. De esta manera y por nuevas causas, la figura del emigrante se mantuvo en «un continuo vaivén de rechazo y atracción, siendo por parte de los gobiernos objeto de indiferencia y persecución, como de exaltación» (Beltrán Antolín, 1997, pp. 161-178).

Las circunstancias nacionales e internacionales descritas con anterioridad propiciaron que por primera vez los emigrantes se dirigieran a todos los continentes, aunque la mayor proporción siguió dirigiéndose al sudeste asiático. Sin embargo, con la ilusión de lograr mejoras económicas que repercutieran favorablemente en el entorno familiar y la idea de que el viaje tomaría solo el tiempo necesario, un número apreciable de chinos se dirigió a América. Las colonias españolas de América, las grandes obras públicas como la construcción del ferrocarril en Estados Unidos y el Canal de Panamá los contrataron como fuerza de trabajo.

A partir de las referencias anteriores, los historiadores coinciden al exponer que los antecedentes migratorios del pueblo chino demuestran su evolución histórica. Sobre el tema el especialista Humberto Sparano Rada (2008) refiere en el artículo «El arte de negociar en China» que «China tiene una evolución histórica más larga que la de cualquier otro pueblo del planeta, a través de un ciclo dinástico acaecido a una misma unidad cultural, establecida en un entorno geográfico que identificamos fácilmente como el mismo país, aunque cambie de organización gubernamental y sistema político» (p. 46). En este proceso histórico las relaciones interculturales determinadas por la migración ocupan un lugar relevante.

Sobre la periodicidad de la historia de la China contemporánea, Carles Brasó Broggi (2010), profesor consultor de la Universitat Oberta de Catalunya, manifiesta que tiende a ordenarse en cuatro grandes etapas: la dinastía Qing (hasta 1911), la República de China (1912-49), la China de Mao (1949-76) y la época de las reformas (a partir de 1978), y expresa que «esta división tiene una lógica natural; sin embargo, la excesiva segmentación de la historiografía china […] obstaculiza la detección de continuidades históricas de longue durée» (Brasó Broggi, 2010, p. 12) Como puede observarse, aunque los periodos históricos de la evolución cultural china han sido ordenados desde múltiples perspectivas, las relaciones interculturales y la migración china datan de la antigüedad y estuvieron marcadas por una serie de factores en el orden de lo económico, político, social, tecnológico y militar.

Durante siglos el pueblo chino ha configurado su historia no solo con base en sus parámetros internos, donde se reconocen dos intereses nacionales inquebrantables: la seguridad nacional y la unidad territorial; sino también interactuando con otros pueblos y naciones extranjeras que en determinado caso han dejado una huella imborrable en él.

La apreciación de los emigrantes chinos ha pasado por diversos avatares a lo largo de la historia, ya que hasta finales del siglo xix el estado imperial no reconocía a sus súbditos en el extranjero, lo que traía como consecuencia que la ortodoxia oficial antiemigratoria se enfrentara con las prácticas de movilidad popular. Beltrán Antolín (1997) precisa que «emigrar significa la ruptura con sus antepasados que yacen en los pueblos que se abandonan. La ideología tradicional confuciana que toma a la familia como su punto de referencia sitúa la virtud de xiao o “piedad filial” en un lugar central» (p. 161).

Para Confucio el ideal de la felicidad tenía a la familia como base. Este reconocido filósofo influyó en la política y en la educación nacional. Sus enseñanzas iban dirigidas principalmente a la moral individual y oficial, la defensa de las tradiciones chinas basadas en el respeto a la familia, particularmente a los ancianos y de las esposas a sus maridos, el culto a los antepasados y a las creencias religiosas.

La práctica nacional de este pensamiento filosófico unido a las ancestrales tradiciones culturales expandió a lo largo del siglo xix y la primera mitad del xx una mirada occidental estrecha sobre la cultura china en comparación con la europea. El crítico literario Eduard Said (2007) la describió magistralmente en su obra Orientalismo. Charles S. Maier (1992), reconocido profesor de historia europea e internacional en la Universidad de Harvard, fue uno de los intelectuales que alegó que «en Oriente la persona quedó atrapada entre los vínculos tradicionales de la familia y del clan, mientras en Occidente se desarrolló hasta conseguir una completa libertad, independencia e iniciativa del individuo dentro del marco de un más amplio ámbito social» (p. 17). Sin embargo, otra línea de pensamiento igualmente respetada ha demostrado a la larga que el desarrollo social chino se ha establecido en un rango normal por no tener un origen sacrosanto, sino social.

El sistema de valores ligado a las normas de la sociedad china se difundió en el proceso migratorio y mostró un modelo conductual estructurado sobre la base de principios donde predominaban el respeto a la individualidad, familia y ancianidad, la ética, la laboriosidad, el intercambio comercial en todos los niveles de la vida individual y social, la creatividad y el ingenio, la conservación de las tradiciones nacionales y el espíritu de rebeldía.

Los chinos culíes y la guerra de independencia

Ha quedado explícito que la historia china está impregnada de acontecimientos heroicos como las revueltas campesinas que eventualmente se levantaron en contra del sistema imperial o para preservar su unidad frente a las fuerzas externas.

El profesor argentino Andrés Gabriel Freijomil (2008), director del área de investigación Poéticas de la historiografía, de la Universidad Nacional de General Sarmiento, pone como ejemplo de heroísmo popular la famosa Rebelión de los Turbantes que estalló en el año 184 con la dinastía Han, cuyas causas fueron la hambruna y el pago de altos impuestos. Los protagonistas fueron los terratenientes, campesinos sin tierra, antiguos soldados sin trabajo y ejércitos privados, los cuales constituyeron 170 bandas y un estimado de cinco millones de seguidores. En el siglo xiv es reconocida la Rebelión de los Pañuelos Rojos (Almarza González, 2015) como instrumento de contestación ante el Estado burocrático y la rígida sociedad de la época que, aunque fue derrotada, contribuyó a la caída de la dinastía Yuan (1276-1368). Ese espíritu de respeto a la libertad que forma parte de su identidad también viaja en los procesos migratorios.

Los primeros chinos contratados «culíes» llegaron a La Habana el 3 de junio 1847 luego de una aterradora travesía en la que se les aplicaban todas las reglas contenidas en la trata negrera. El sabio cubano Fernando Ortiz (1917) en su obra Los Negros Brujos refiere que «también a mediados de la última centuria entró en Cuba la raza amarilla, llegando a contarse en 1862 más de 60 000 chinos, procedentes de Shangai y de Cantón, por lo común, asimismo para las faenas agrícolas, como los negros, y sometidos de hecho a un régimen muy poco distante de la esclavitud a que estos estaban sujetos» (p. 22). No es de extrañar que, como muestra de su espíritu libertario, con frecuencia ocurrieran sublevaciones a bordo de la embarcación que los transportaba a las Américas.

Ya en tierra eran llevados a los barracones de africanos para ser posteriormente comprados. Los chinos formaban parte de un negocio cuyo fin era proporcionar más brazos para la producción azucarera, puesto que en Cuba había coincidido la crisis de la trata africana con la aparición de nuevas tecnologías en el sector agrícola, el incremento de los precios y el crecimiento del mercado azucarero. El tiempo estipulado en el contrato, bajo el cual se disimulaba este nuevo tipo de esclavitud, según la condición n.º 3 de dicho documento, era de «ocho años consecutivos durante los cuales debían trabajar para su patrono, en cualquier circunstancia y actividad: en las faenas del campo o en las casas particulares como personal doméstico y en establecimientos comerciales o industriales» (Jiménez Pastrana, 1983, p. 29), todo por el salario misérrimo de cuatro pesos mensuales.

Los chinos fueron incorporados dentro de una estructura jurídico administrativa esclavista, a la cual no estaban acostumbrados, pues China se había liberado del régimen esclavista 2 000 años atrás. Este inesperado estilo de vida conllevó a graves conflictos con los nuevos emigrantes que no aceptaban los maltratos proporcionados por los capataces y mayorales y que no formaban parte del sistema de castigos reflejados en su contrato de trabajo donde la condición n.º 5 a cumplir por el culí indicaba: «solo me someteré a los castigos que se impongan por las autoridades competentes, caso de faltar a las leyes del país» (Jiménez Pastrana, 1983, p. 157). El reglamento del gobierno para el trato a los colonos asiáticos e indios, emitido el 10 de abril de 1849, da cuenta de las torturas físicas que tendrían lugar si se fugaban y serían apresados, llevarían grilletes durante dos meses, por cuatro meses en caso de reincidencia, y mientras durara el castigo dormirían en el cepo. El espíritu de rebeldía y la falta de elementos para recibir legalmente los castigos corporales provocaron frecuentes insubordinaciones a partir del año 1848, de lo cual dan cuenta las declaraciones de varios hacendados.

Debe añadirse que el contrato contenía en sus cláusulas lo referente a la alimentación, asistencia médica y avituallamiento. Al respecto se indica en la obligación II del agente o patrono que «este debía suministrar diariamente a cada chino contratado ocho onzas de carne salada y dos y medias libras de boniatos o de otras viandas sanas y alimenticias» (Jiménez Pastrana, 1983, p. 157). La obligación III agregaba el deber de «suministrarle asistencia médica y las medicinas y demás auxilios necesarios, en caso de enfermedad», (Jiménez Pastrana, 1983, p. 157), mientras en la obligación IV se le asignaba también dos mudas de ropa al año, una frazada y una camiseta de lana.

La indiferencia y el desinterés de los hacendados por darle cumplimiento a lo estipulado legalmente en el contrato limitaron la vida de los culíes a las mismas normas y prácticas esclavistas que se empleaban con los esclavos africanos. Lamentablemente, al verse alejados de sus familiares y sus raíces, con las incomprensiones lingüísticas por medio y sin posibilidades reales para hacer realidad sus sueños de emigrantes, acudieron al suicidio y las formas más recurrentes eran por ahorcamiento o ahogamiento.

La investigadora Mercedes Crespo Villate (2016) ha recopilado varias anotaciones de viajeros de otras geografías que por esa época visitaron La Habana. Es muy triste lo descrito por Ernest L'Epine Quatrelles en 1883 en su artículo sobre los culíes «Un parisino en Las Antillas»: «¡Pobre culí! El presidiario es más libre que él […] Libre, tú pasas tus mejores años bajo el látigo, bajo el bastón, encadenado las tres cuartas partes del tiempo. ¡Al fin! Ha llegado el término de tu contrato. Si no has muerto, es un milagro» (citado en Crespo Villate, 2016, p. 27). Otras expresiones concluyentes se aprecian en el Diario de mi viaje a la América y La Habana, de Jhon Mark, 1883: «pero, los objetos humanos más miserables que jamás se haya visto son los chinos tullidos y mendigos de Cuba. Muchas de las miserables criaturas lucen como meros esqueletos cubiertos de pergamino» (citado en Crespo Villate, 2016, p. 28).

Por otra parte, la dureza del modo de vida del contratado continuaba al concluir su condición laboral, ya que por ley estaba obligado a regresar a su país en un término no mayor de 60 días y como no contaba con los medios económicos para poder hacer el viaje, entonces tenía que conseguir empleo en semejantes condiciones a las ya descritas o darle otra dirección a su vida, y en este sentido las guerras de independencia fueron un acicate para la recuperación de la libertad y dignidad.

Como se ha demostrado y asegura el historiador Juan Jiménez Pastrana (1983), «tampoco es gente que se resignaba a ser gobernada a palos, como había escrito precozmente el esclavista Alfredo Sotomayor y lo prueba el hecho de que, a consecuencia del maltrato que recibían, aumentaba cada día el número de chinos cimarrones a lo largo del país» (p. 44).. Entonces, no resultaría extraño que un número apreciable de culíes se vinculara con bravura y entusiasmo a la gesta emancipadora. La guerra de independencia que dio inicio el 10 de octubre de 1868 -liderada por el abogado Carlos Manuel de Céspedes, con una sólida cultura general adquirida durante largos años de estudios junto a grandes intelectuales cubanos y europeos de la época- abogaba por ideales de vanguardia como el independentismo, antirracismo y antiesclavismo, igualdad de los hombres ante la sociedad y exaltaba la tolerancia, el orden y la justicia en todos los asuntos. Igualmente defendía el derecho al sufragio universal que asegura la soberanía del pueblo y el libre intercambio con las naciones amigas a través de la reciprocidad.

La relevancia de la figura de Céspedes dentro de la historia de Cuba en contra de la esclavitud es resaltada por el intelectual cubano Ricardo Alarcón de Quesada (2000), quien expresa que

es Carlos Manuel de Céspedes el que proclama el 25 de diciembre de 1870, cuando elimina el reglamento de libertos, refiriéndose a los negros y los chinos, «restituirle su natural calidad de hombres libres, ejercitando su personalidad con toda amplitud, gozando de los mismos derechos civiles y políticos de los demás ciudadanos con perfecta igualdad», cuando esto ocurre «en ningún parlamento o gobierno burgués del mundo occidental se reconocía ni siquiera, teóricamente, el que todos los ciudadanos del sexo masculino pudieran tener derechos civiles y políticos. A nadie se le hubiera ocurrido». (p. 131)

Estos pronunciamientos recogidos en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la isla de Cuba posibilitaban al culí -quien formaba parte de esa masa despreciada por los grandes oligarcas- formar parte del ejército mambí que en los campos de batalla entregaba su vida por hacer realidad los más nobles ideales de independencia de todos los desposeídos. El historiador cubano Orlando Castañeda (1955) añade que «cansados de los horrores del cepo y del látigo se internaban en el monte y se convertían, primero, en cimarrones, y luego en mambises, o Sai-Kwei (diablejos), como eran llamados por sus paisanos» (pp. 106-107). Para los chinos contratados bajo este término no había nada que perder, al contrario, tenían ante sí la verdadera oportunidad de hacer valer su espíritu de rebeldía heredado de sus antepasados heroicos a los que sus tradiciones milenarias y su filosofía confuciana les enseñó a venerar.

Los documentos históricos que constituyen pruebas fehacientes del arrojo y valentía de los culíes dentro del ejército mambí son menos en comparación con la información que han aportado los testimonios orales, la cual ha sido variada y extensa; así lo notifica el historiador cubano Juan Jiménez Pastrana (1983) en su libro Los chinos en las luchas por la liberación cubana (1847-1930). Desde los primeros días de la insurrección los chinos se vincularon voluntariamente a los campamentos mambises de varios sitios orientales de Las Tunas, Holguín, Santiago de Cuba y la actual provincia de Granma; allí eran aceptados con rapidez debido a sus habilidades para «reclutar entre los de su raza, sin que las autoridades pudieran reconocerlos por lo difícil de distinguir los unos de los otros» (Castañeda Escarra, 1955, pp. 106-107). A esto se unían otras cualidades morales notables como la prudencia, nobleza, disciplina, laboriosidad y agradecimiento, típicas de esta cultura. En los campos de batalla se hermanaron con los cubanos pobres y negros africanos y, pasado un año «los chinos insurrectos emulaban en heroicidades con sus compañeros nativos en todas las áreas de la guerra, ya fuera en el combate o en la construcción de obras militares» (Castañeda Escarra, 1955, 106-107).

No debe olvidarse que durante el proceso de selección que se efectuaba en los puertos de China, se tenían en cuenta ciertas características físicas: debían ser jóvenes no mayores de 34 años, fuertes, varoniles y corpulentos, estar habituados a la dureza que impone el trabajo en la agricultura. Como elemento a su favor, el trabajo en la zafra azucarera les había obligado a utilizar el machete, que era un instrumento del que tenían ninguno o muy escaso conocimiento a la llegada a Cuba. Este utensilio se convirtió en el arma de combate por excelencia del ejército mambí, y si otrora cortaba la caña, ahora solo cambiaba de uso para cortar sus cadenas y convertirlos en verdaderos hombres libres.

En la medida en que la guerra ganaba espacio dentro del territorio cubano, se iban sumando huestes de chinos y así se vincularon a la contienda en Camagüey, Las Villas, Cienfuegos, Santi Spíritus y posteriormente en la campaña invasora protagonizada por Máximo Gómez. Ya en 1869 gozaban de respeto y admiración por parte de reconocidos dirigentes mambises como Calixto García, Napoleón Arango, Francisco Carrillo, Modesto Díaz, Ignacio Agramonte, Julio Sanguily y Thomas Jordan, quienes lideraban batallones integrados por antiguos chinos culíes que se destacaban en la caballería, infantería y como rancheadores.

La historiografía de las luchas mambisas recoge en sus páginas los nombres de combatientes chinos que han llenado de gloria la historia cubana. De manera inexcusable debe citarse al Capitán Liborio Wong -Wong Seng-, ayudante del general Modesto Díaz. Junto al general Thomas Jordan se destacaron el comandante Sebastián Sian, el capitán Pablo Jiménez y el sargento Crispín Rico.

En el ejército de Las Villas, donde había mayor número de chinos, se destacó el capitán Juan Díaz, quien participó en toda la guerra. También, debido a la intrepidez y osadía se ganaron el respeto del mambisado el teniente Tancredo, quien mantuvo una sólida amistad con el sabio Eduardo Machado y el comandante Antonio Moreno. El primero defendió con gallardía su amor a Cuba cuando al ser fusilado por el ejército español dejó claro que él no era un chino manila, sino un teniente del ejército libertador de Cuba, y seguidamente ordenó al oficial español que lo fusilara. El capitán José Cuan -Kau Kong Cuan- peleó bajo las órdenes del ya mencionado Francisco Carrillo y posteriormente integró las tropas dirigidas por el general Adolfo Cavada en Cienfuegos, donde se destacó en importantes combates.

Entre las reconocidas virtudes de los combatientes chinos se destacaban la prudencia y la disciplina, lo que les permitió infiltrarse en lugares celosamente protegidos para recoger información clasificada. Refiere Jiménez Pastrana (1983) que, en el mes de noviembre de 1873, el entonces brigadier Antonio Maceo debía cumplir la orden dada por el mayor general Calixto García de apoderarse de dos instalaciones militares de gran importancia en la ciudad de Manzanillo, lo cual logró con éxito debido a su estrategia para la selección de los mejores oficiales y soldados de su tropa, donde estuvieron presentes un número considerable de chinos.

En ese mismo año, la provincia de Camagüey fue escenario de violentos combates protagonizados por el general Máximo Gómez y su tropa, dentro de la que se encontraban aproximadamente 500 chinos que relucieron por su tenacidad y constancia. Entre ellos, la historia de Cuba recuerda con admiración al capitán Juan Sánchez -Lam Fu Kin-, quien tenía experiencia militar, pues había sido soldado en China. Con igual grado militar se destacaron Bartolo Fernández y José Fong, también el teniente José Pedroso y el sargento Andrés -Cao Lion Kao-. La profesora realza que, en Minas de Guáimaro, el chino mambí Sebastián Siam combatió bajo las órdenes de Thomas Jordán, general norteamericano que llegó al mando de la expedición del Perrit. Fue tan grande su valor que se ganó en la Guerra Grande el grado de comandante.

El 21 de octubre de 1874 se desarrolló un importante combate en el poblado de Abreu en la provincia de Las Villas, donde las tropas mambisas quemaron el cuartel de la guardia civil del pueblo; en la batalla se destacaron los valerosos chinos Juan Cuan y Pedro Lau.

Al iniciar el año 1875, exactamente el 6 de enero, el general Máximo Gómez logró cruzar la Trocha y triunfar en Las Villas, lo cual generó sentimientos de inseguridad y temor entre los hacendados y terratenientes de la zona occidental del país respecto al modo de vida confortable que disfrutaban. Dentro del ejército mambí que realizó esa proeza militar prevalecieron combatientes chinos con diferentes grados militares, entre ellos el audaz teniente Pío Cabrera. El Generalísimo -sobrenombre con el que se conoce en Cuba a Máximo Gómez- tenía como amigo de confianza al chino José Bu Tack, quien le sirvió como práctico (guía) y correo (mensajero) durante la contienda liberadora. Este bravo guerrero mambí de origen chino combatió bajo las órdenes de reconocidos jefes mambises, entre ellos el general Francisco Carrillo, Carlos Roloff y Serafín Sánchez. Alcanzó el grado de comandante y habría podido postularse para presidente del país por haber peleado con las armas durante diez años ininterrumpidos por la independencia de Cuba. Sus restos descansan en el panteón de la sociedad On Teng Tong, de la que fue fundador.

La doctora María Teresa Montes de Oca Choy (2011), profesora titular consultante de Historia de Asia de la Universidad de La Habana, ha desarrollado profundos estudios sobre los chinos mambises que participaron en la guerra de independencia de Cuba. En sus apuntes recuerda varias de las figuras que han sido reconocidos por su valentía y heroísmo, entre ellos los capitanes Juan Díaz y Andrés Lima. En el caso de Andrés dirigió una compañía de infantería integrada por 100 chinos bajo las órdenes del general José Luís Roau, también luchó bajo las órdenes de los generales Serafín Sánchez y José Miguel Gómez. Con el grado de teniente aparecen Facundo y Manuel Pau.

En Las Villas se destacaron varios mambises chinos por el entusiasmo y gran voluntad con que se vincularon al ejército independentista, en el cual conformaron compañías enteras. La provincia de Matanzas también se destaca por el número significativo de mambises chinos que participaron en las guerras por la independencia, muchos de ellos detenidos por el gobierno español, al que no hicieron delación alguna sobre el ejército mambí.

El 10 de febrero de 1878, luego de diez largos y duros años de guerra libertadora en los campos cubanos, se firma el Pacto del Zanjón, que constituyó un retroceso para el logro de los objetivos que se habían planteado los revolucionarios en el Manifiesto del 10 de octubre, pues España ofrecía a los cubanos una paz sin independencia. Vale destacar que la mayoría de los jefes militares mambises mostraron su desaprobación con dicho acuerdo que fue subscrito entre los líderes militares que integraban el Comité del Centro y el general en jefe del ejército español Arsenio Martínez Campos. En su tercer artículo España hacía la concesión de otorgarles la libertad a los esclavos y colonos asiáticos que formaran parte del ejército mambí.

Los chinos mambises también se manifestaron en contra de esa paz sin independencia. Puede citarse entre ellos al médico botánico Liborio Wong, quien sirvió como ayudante del mayor general dominicano Modesto Díaz y obtuvo los grados de capitán; su audacia no se puso dudas e, insatisfecho con el Pacto de Zanjón, pasó a las órdenes del general Antonio Maceo y junto a él continuó la guerra. Del calor de los combates bajo el mando del mayor general Antonio Maceo dio cuentas el chino mambí Saturnino Achon, capitán del Ejército Libertador Cubano que, además de su participación en numerosos combates, fue testigo de la entrada triunfal en Pinar del Río.

Como ya se ha referido, los acuerdos concertados en el Pacto del Zanjón no fueron obedecidos por todos los jefes mambises ni sus ejércitos. En representación de los agraviados se irguió la figura del general Antonio Maceo, quien el día 15 de marzo de 1878 protagonizó uno de los hechos más connotados de la historia de Cuba, conocido como la Protesta de Baraguá, en el que le informa al representante español Martínez Campos sobre la continuidad de la guerra por parte de la mayoría de las fuerzas mambisas -zona oriental y parte de la central-, hasta lograr la verdadera independencia para Cuba. Como muestra de esta determinación, varios grupos de guerrilleros mambises que habían quedado en los campos de Cuba hostilizaban al ejército español que encontraban a su paso. Es justo destacar la tenaz actitud de los soldados chinos en esta nueva forma de combate.

Luego de diez años de lucha ininterrumpida, el grueso de los jefes mambises sobrevivientes a esa etapa emigró a Estados Unidos y Centroamérica, fundamentalmente, con el fin de reorganizar la continuidad de la guerra. Desde el exterior se dispusieron a irrumpir en la Isla con armamentos, alimentos, medicinas y nuevas estrategias militares.

No obstante a este creciente interés, en Cuba habían surgido nuevas condiciones económicas y sociales que no fueron tenidas en cuenta desde el exterior y provocaron el fracaso de los nuevos proyectos independentistas. Tal es el caso de la Guerra Chiquita (1879-1880), dirigida por el general Calixto García, y varias expediciones que intentaron llegar a Cuba entre los años 1883-1885. Durante este periodo los mambises chinos dieron su apoyo incondicional a todas las variantes de continuidad por la independencia. Entre las figuras que resaltan se debe mencionar al comandante Siam, los capitanes José Tolón y José Cuán y el teniente Pío Cabrera, todos veteranos de la guerra de independencia; estos dos últimos murieron heroicamente en el campo de batalla durante la Guerra Chiquita.

La participación de los chinos en la guerra fue tan destacada que muchos oficiales españoles consideraron a estos insurrectos como hombres temerarios y llegaron a constituir un verdadero peligro para el ejército español. Reiteradamente se colocaban anuncios en los pueblos y se ofrecían sumas de dinero a quienes los delataran por su participación en la contienda. Sin lugar a dudas, los chinos se habían ganado un lugar de respeto dentro de las masas explotadas y discriminadas del pueblo cubano y así lo debió haber informado el oficialismo español en la Isla, cuando la metrópolis decidió firmar junto a China el Convenio de Pekín el 17 de noviembre de 1877.

Este tratado, que se publicó el 29 de junio de 1879, dos años después de su firma en la Gaceta de La Habana, extinguía la migración por contrato de los chinos hacia Cuba y dejaba a libre voluntad la entrada de los chinos solos o en compañía de su familia, y aparentemente los protegía de ser víctimas de engaños y arbitrariedades como los culíes. Ambos gobiernos se comprometían a perseguir a todos aquellos que violaran lo estipulado. Se añadía, además, que los chinos que residieran o entraran a Cuba serían tratados con el mismo respeto que el resto de los extranjeros que vivían en el país.

El 24 de octubre de 1879 el entonces gobernador de Cuba, el general Ramón Blanco, firmó un decreto con el cual mandó a empadronar a todos los chinos que se encontraban en la Isla. De esta manera, arreció el control sobre ellos y en breve tiempo se instaló en La Habana el Consulado General de China, inaugurado en febrero de 1880 y con una subsede en la provincia de Matanzas.

En esta etapa de reorganización para continuar luchando por la independencia, las asociaciones chinas estuvieron presentes brindando apoyo solidario a la justa causa cubana; tal es el caso de la sociedad china San He-hui, conocida actualmente por Min Chih Tang. Crespo Villate (2016) refiere que «en 1892, algunos chinos de San He-hui contactaron con dirigentes del Partido Revolucionario Cubano para contribuir con la causa por la independencia de Cuba […] se vincularon a la lucha, trasladando alimentos, sirviendo de enlace, aportando dinero o directamente en los campos de batalla» (p. 46).

El 24 de febrero de 1895 se reinició la guerra por la liberación de Cuba, que no era más que la continuidad de la conocida Guerra de los Diez Años o Guerra Grande, desarrollada de 1868 a 1878. A partir de esa fecha y durante diecisiete años, lo más avanzado del pensamiento independentista cubano analizó las causas de la derrota de la guerra del 68 y con la figura de José Martí al frente se gestó un movimiento independentista que retomó lo positivo de la contienda pasada y unió la experiencia de los principales dirigentes con el vigor y la inteligencia de las generaciones más jóvenes que estaban dispuestas a continuar la lucha. Este periodo es conocido por los cubanos como la Tregua Fecunda.

A partir del 24 de febrero de 1895 las tropas cubanas contaron con batallones de chinos veteranos de la anterior contienda, quienes mostraron su agradecimiento a la tierra cubana al defenderla con fiereza en los campos de batalla. En esta época fue recogida a través de documentos históricos una mayor evidencia de la participación de los mambises chinos en los campos de batalla. Sobresalió en los combates la figura del capitán José Tolón, que junto al comandante José Bu Tack alcanzó los requisitos previstos en la Constitución de 1901 para llegar a ocupar el cargo de presidente de la Isla.

Los mambises chinos reeditaron sus hazañas bajo las órdenes de los grandes jefes de esta segunda etapa de insurrección. Así las tropas de Antonio Maceo, Máximo Gómez, Calixto García, José Maceo -hermano del general Antonio-, Periquito Pérez, Jesús Rabí, Adolfo Castillo y otros oficiales de renombre estuvieron nutridas de los chinos mambises. En la campaña se destacaron mambises chinos como es el caso del capitán Lam -Andrés Lima-, quien participó en la guerra de 1895 en la Brigada de Sagua La Grande y dirigió una compañía de infantería de cerca de cien chinos bajo las órdenes del general José Luís Roa; este mambí también peleó bajo las órdenes del general Serafín Sánchez y luego bajo el mando del general José Miguel Gómez (Montes de Oca Choy, 2011). También se reconocen por su colaboración no ya en la manigua, sino en los pueblos donde vivían, donde contribuían con la alimentación, los avituallamientos y hasta con parte de sus fondos monetarios que eran bien reducidos, producto de su honestidad y sacrificio. La experta Montes de Oca Choy (2011) resalta los nombres de Pan Wu y Won Kit León -Jiu Jiang-, ambos colaboradores de las tropas mambisas en Villa Clara.

CONCLUSIONES

La participación de los chinos en las luchas mambisas por la independencia de Cuba en la segunda mitad del siglo xix no constituyó un hecho casual, impensado e inmediato, sino una muestra de la necesidad de asumir la libertad y la igualdad que inició con la revolución del 68, donde se complementó un ambicioso y justo ideal que poseía siglos de historia de lucha y sacrificio para esta comunidad de inmigrantes.

En la estructura orgánica del ideal independentista con todos fue conformándose el concepto de cultura cubana que perdura hasta la actualidad. Los cubanos, junto a los inmigrantes de diversas latitudes asentados en la Isla, contribuyeron con sus acciones a la formación político-ideológica del pueblo y de sus mejores tradiciones patrióticas, como el ideal independentista, el patriotismo, la necesidad de la unidad, la posibilidad de iniciar la lucha aunque no estuviesen creadas todas las condiciones, la validez de la estrategia de la lucha armada arrebatándole al enemigo las armas necesarias, la intransigencia revolucionaria, la práctica del internacionalismo y la solidaridad, el heroísmo, el desinterés, el espíritu de sacrificio.

Fueron muchos mambises chinos también los que inculcaron en sus descendientes el amor a Cuba, la patria de acogida. Con sus actos de valentía demostraron que una huella importante en la formación de la identidad cubana fue su propia sangre derramada en los campos de batalla contra la metrópolis española. La historia de Cuba contaría en los años posteriores con hechos extraordinarios donde estos combatientes volverían a ocupar un sitial de honor.

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Received: June 25, 2020; Accepted: July 20, 2020

* Autor para la correspondencia: xusuxiang150160@gmail.com

La autora declara que no existen conflictos de intereses.

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