Introducción
Con el arribo a Cuba de las órdenes y congregaciones religiosas, procedentes de Europa, se abre un nuevo capítulo en la historia de la educación y la salud cubanas. Estas asociaciones se encargaban de atender problemáticas sociales relacionadas con la educación, la salud y la ayuda al necesitado, las cuales durante el período colonial se mantuvieron en condiciones de descuido total por parte del Estado, por lo que se encontraban fundamentalmente al cuidado de la Iglesia.
En el siglo XIX comienza un proceso fundacional y organizacional de las instituciones ya creadas con fines educativos, benéficos y salubristas, lo que sienta las bases para lo que acontecería en el siglo XX. Desde el punto de vista formativo la sociedad necesitaba graduar a diversos profesionales, particularmente médicos, por eso “[…] la instrucción se convirtió en una urgencia; era la única vía para alcanzar el progreso y la Iglesia católica contribuyó a proporcionarla para personas de piel blanca y en menor medida para los de piel negra, con las Hermanas Oblatas de la Providencia”.1
En la ciudad de Camagüey esta cobertura es aprovechada por muchos negros adinerados , que desde la colonia se venían asociando, y como resultado de estas interacciones, conociendo además el valor que tiene la educación y la instrucción para la formación y diferenciación del sujeto social, aspiraban a insertar a sus hijos en el sistema educacional; de ellos algunos continuaron estudios superiores hasta graduarse como médicos y más tarde contribuyeron a la atención sanitaria en los colegios para niñas negras.
La importancia histórica y social de este hecho no se ha publicado en la literatura especializada, ni desde el punto de vista médico ni histórico. Ello es un reflejo de las brechas racial e ideológica, que con respecto a la educación religiosa, aún subsisten en las investigaciones regionales. El objetivo del presente artículo es revelar la contribución social de médicos camagüeyanos negros a la educación católica, a partir de su relación con los colegios regentados por la Iglesia, en un contexto marcado por desigualdades raciales.
Se realizó una investigación cualitativa, que desde lo epistemológico se propuso encontrar información acerca de los médicos que tuvieron relación asistencial con los colegios religiosos católicos de Camagüey, particularmente los que educaban a niños y niñas de piel negra. Se utilizaron métodos teóricos como la revisión documental y bibliográfica. Fueron decisivas las historias de vida como método cualitativo para la reconstrucción de la historia y la triangulación informacional para el procesamiento final de los datos.
Desarrollo
En investigaciones precedentes se ha establecido que los pocos médicos, médicos-cirujanos y cirujanos latinos con los que contaba el país pertenecían a la más alta burguesía blanca, habían cursado estudios en colegios privados hasta terminar la universidad, eran bachilleres en Filosofía o Artes y, además, tenían que poseer conocimientos básicos de latín como uno de los requisitos fundamentales de admisión del Protomedicato. Existía una categoría menor entre ellos, que eran los denominados “cirujanos romancistas”, una especie de profesional con funciones muy restringidas para el ejercicio médico y que debían oficiar bajo la supervisión de los tres especialistas antes mencionados.2
Lógicamente, los médicos que se graduaban en Cuba llegaban a los diferentes territorios para ejercer su profesión bajo estas categorías. No menos importantes resultaban otros expertos que les servían de apoyo y que, al igual que los primeros, realizaban también exámenes de aspirantura ante el Real Tribunal de Protomedicato de Cuba, como por ejemplo, los boticarios o farmacéuticos, flebotomianos o sangradores, dentistas, barberos, comadronas o parteras, callistas, algebristas o reductores de fracturas óseas, oculistas y destiladores.3
Todos ellos atesoraban una fuerte herencia social de privilegios que los ubicaba en una posición ventajosa con relación a los blancos pobres y a los negros, población históricamente muy desfavorecida.
En relación con la atención ginecológica pululaban, sobre todo en la zona rural, una pléyade de mujeres empíricas llamadas comadronas o parteras, rol asignado históricamente al sexo femenino. Se conoce que “[…] aunque no estaban registradas en los censos, las comadronas y las curanderas cubanas tenían con frecuencia ascendencia africana”,4 Esas mujeres se encargaron hasta el triunfo de la Revolución cubana de asistir los nacimientos, regular la natalidad, administrar remedios caseros y pócimas; una vez ejecutada cualquiera de estas prácticas rudimentarias, se encargaban del seguimiento y cuidado de la asistida.5
El acceso a la atención médica estaba restringido; las clases sociales más bajas, de un nivel de instrucción a lo sumo elemental, apenas podían pagar el servicio de esos profesionales y, debido a su analfabetismo, buscaban soluciones no científicas a los problemas de salud; acudían a la medicina verde para diversos padecimientos, sin dosificación y recetados por los curanderos.
Aunque se conoce que Cuba arribó al siglo XX con gran atraso en la medicina- es a partir de la década del 30 del siglo XX cuando los médicos cubanos comienzan a especializarse-, se ha esclarecido, con base en la revisión del censo de 1899, que Puerto Príncipe era la segunda provincia del país, después de La Habana, en cuanto al nivel de instrucción adquirido, (6 lo cual debe de haber favorecido, aún con las limitaciones de la época, la formación de profesionales en la región durante la primera mitad del siglo XX. No asombra, pues, que en 1960, de un total de 6,261 médicos colegiados nacionalmente, 401 eran camagüeyanos o prestaban servicios en esta provincia, en la cual se contaba con un médico por cada 1,669 habitantes.7
No debe aislarse de este análisis que dicha región, desde muy temprano, se nutrió de órdenes, congregaciones religiosas y criollos que pensaron en su progreso educacional y en el cuidado de la salud de sus moradores. Según el historiador Juan Torres Lasqueti, fueron los Hermanos de San Juan de Dios los primeros que en Puerto Príncipe, en el siglo XVII, construyeron una ermita-hospital con su cementerio; años más tarde, el sacerdote franciscano José de la Cruz Espí, el Padre Valencia, impulsó un ambicioso proyecto, el Hospital de San Lázaro, al que le sucede otra institución de salud también dirigida
[…] por Valencia e instituida por Doña Ciriaca Varona, el hospital del Carmen para mujeres, con departamentos para dementes y hospicios, al lado del colegio-convento de las Madres Ursulinas, y se fundó además el primer hospital militar en la villa, donde fungieron 78 clérigos y 22 frailes. (8
Los miembros de la élite blanca principeña se educaban en primeras letras en los colegios religiosos existentes y luego pasaban a cursar estudios de sacerdocio, derecho, medicina o carreras militares, principalmente en La Habana o también fuera del país, que era la aspiración máxima de sus familias. Una vez concluido el período de preparación, oficiaban en la localidad, mientras que los pobres, las personas del ámbito rural y los negros continuaban en situaciones de inequidad y, casi en su totalidad, sumidos en la ignorancia.
En el siglo XX, como la Constitución de 1901 reconoció el derecho a la enseñanza privada y religiosa, la labor educacional aprovechó esta cobertura legal para expandirse de manera acelerada sin muchas dificultades. Durante el período republicano, a pesar de que desde el terreno laico y oficial existían varias escuelas, las familias apostaban por educar a sus hijos en colegios religiosos, los cuales en poco tiempo ganaron mucho prestigio “[…] debido a la calidad de la instrucción, idoneidad de sus instalaciones, mobiliario y el aseguramiento material, cumplían con todas las disposiciones sanitarias vigentes para el ejercicio de la docencia”.9 Su funcionamiento era más estable que el de las escuelas auspiciadas por el gobierno, que estaban cerradas por los conflictos políticos; (10 lo mismo que sucedía con las universidades.11
Las órdenes y congregaciones religiosas tuvieron que reorientarse para dar respuesta a nuevos problemas pastorales. En ese contexto arribaron a la Isla muchas de estas, algunas procedentes de los Estados Unidos, y las comunidades que permanecieron se consolidaron y ganaron en organización y poderío, aspecto este de gran importancia pues de las órdenes y congregaciones oriundas de Europa ninguna se focalizó en la educación de los negros. Las Dominicas de Santa Catalina de Ricci (dominicas americanas), en la Ciudad de La Habana, instruyeron de forma provisional a las negras en una escuela gratuita y un orfelinato, (12 hasta que llegaron las Hermanas Oblatas de la Providencia, procedentes de Baltimore, Estados Unidos, monjas negras que se dedicaron, como misión central, a la educación y cuidado de las personas de su mismo color de piel.
En la ciudad de Camagüey, desde 1900 hasta junio de 1961, momento en que se suprime la enseñanza religiosa en Cuba, funcionaron aproximadamente diez colegios religiosos institucionalizados de orientación católica: asilo María Montejo para huérfanas y desamparadas, regentado por Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul; (13 dos colegios teresianos, uno para niñas de la más alta aristocracia, ubicado en la calle Popular (actual escuela José Luis Tassende) 14 y otro para niñas pobres, en el Reparto Saratoga; (15 tres colegios de salesianas, uno situado en el centro de la ciudad 16 y los otros en barriadas periféricas de entonces; 17 un colegio para varones de la Congregación de los Hermanos Maristas de la Enseñanza, el famoso Champagnat de la élite burguesa de la ciudad; (18) uno de escolapios; 19) otro de Artes y Oficios, dirigido por los Padres salesianos 20 y un colegio de las Oblatas de la Providencia, único destinado a la educación de las niñas de color de piel negra. 21
Para la educación de niños negros varones no existían colegios específicos; estos eran instruidos en las primeras letras por esas monjas, luego tenían la opción de asistir a escuelas parroquiales, a las que, por ser libres de pago, asistían los pobres u otras opciones similares no institucionales. En casos excepcionales podían ser admitidos en algunos colegios para blancos, aunque no en los de élite. El ser egresado de estas instituciones les concedía a las personas un pase especial en la sociedad en correspondencia con su nivel de aspiraciones, las cuales respondían a los presupuestos ideológicos en los que habían sido formados, y les proporcionaba, además, cierta conformidad con su realidad de aparente privilegio.
La escuela, como institución reproductora de ideologías al servicio del Estado, reproduce también fuerzas de trabajo, pero, sobre todo, legitima su dominación; en aquel contexto, pues, la escuela llevaba a las aulas, a través de los maestros, diversos estereotipos y actitudes múltiples de diferenciación social, que conformaban la visión del mundo del educando. Los hijos de los obreros, que en su mayoría eran los que se formaban en los colegios de artes y oficios, estaban predestinados a desempeñarse como futuros trabajadores manuales en oficios y especialidades técnicas, a diferencia de los hijos de familias ricas, que estudiaban en colegios exclusivos, como el colegio teresiano de la calle Popular, el de los escolapios o el Champagnat, de donde egresaban potenciales médicos, abogados, sacerdotes o dueños de negocios.
Estos exalumnos no perdían el vínculo con la institución, ni con los maestros y maestras que los habían formado por años; en el caso de los médicos camagüeyanos de este período casi todos trabajaban en clínicas mutualistas, como por ejemplo la perteneciente a la Sociedad de Colonias Españolas, extendidas a lo largo de la Isla (hoy hospital pediátrico Eduardo Agramonte Piña) o en el Hospital Ignacio Agramonte, conocido como “[…] clínica Agramonte (hoy Hospital Militar Octavio de la Concepción y de la Pedraja)”. 22 La mayoría de los pupilos estaban asociados a uno de estos dos centros asistenciales y sus padres, por ser socios, pagaban una cuota mensual de tres pesos y diez centavos. (22
El investigador José Manuel Villabella, (23 describe la relación de los médicos con los colegios religiosos privados y declara que el 70 u 80 % de los que trabajaban en la Colonia Española de Camagüey prestaban servicios aparentemente gratuitos en los colegios religiosos en caso de que fueran llamados porque algún niño presentara situaciones de salud. Si el estudiante era interno, la dirección de la escuela llamaba al médico y a la familia, pues si el enfermo requería de un tratamiento más complejo, entonces lo tenían que trasladar a la clínica mutualista del municipio de donde procedía y de la que su familia supuestamente debía ser socia.
Muchos médicos mantenían contactos regulares con las monjas y los sacerdotes. A pesar de que en las escuelas había niñas internas y, excepcionalmente, niños, ningún médico ni enfermera dormía en el colegio religioso, tampoco existían locales habilitados para estas funciones. Las visitas a los niños de la escuela con alguna dolencia se gestionaban a través de las redes informales de apoyo y con frecuencia el médico era muy amigo del personal de la escuela o su hijo o algún familiar era pupilo del plantel educativo. 22
En las escuelas laicas, casi siempre públicas, sí estuvieron empleados algunos médicos. Los que más ligados estuvieron a las escuelas religiosas católicas para personas de color de piel blanca durante el período republicano fueron el Doctor Tomás Cornejo Andreu, muy reconocido en Camagüey por ser la persona que realizaba más operaciones de apendicitis; el cardiólogo Francisco Martínez de la Cruz (residente en la calle República 226); Adelto Adán, hijo del farmacéutico Alberto Adán Martínez, dueño de la botica enclavada en la calle Cristo número 26 esquina a Honda, donde hoy se ubica la Cruz Roja, que además estaba casado con la hija del farmacéutico Germán Álvarez Fuentes (vivía en Avellaneda número 60) y residían en el reparto El Retiro. (22 Adán, además del consultorio privado, tenía incluido un laboratorio clínico donde les realizaba los chequeos médicos periódicos a casi todos los camagüeyanos, incluyendo a los estudiantes de los colegios religiosos católicos.
Fernando Martínez Lamos fue otro de los colaborares médicos con los colegios para blancos; este residía en Avellaneda, número 77, esquina a Tío Perico. Martínez Lamos, además de ofrecer servicios médicos en su consultorio, contaba con un laboratorio clínico muy bien equipado y con el único laboratorio de Rayos X existente entonces en el centro urbano; era especialista en hematología, radiología y electricidad médica, “[…] fue vicesecretario de la Asociación Médica de Camagüey el 8 de noviembre de 1917 y su presidente desde 1931 a 1936. Vocal de la Liga Nacional de Defensa del Niño y director del primer banco de sangre de Camagüey”. 24
Las congregaciones religiosas que se dedicaban a la educación en Camagüey realizaron diversos proyectos de salud de ayuda comunitaria, como por ejemplo el dispensario que se construyó en el reparto Saratoga, anexo al colegio fundado por las religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús (teresianas), las cuales se percataron de que no existía en esa barriada un centro médico asistencial. Desde 1953 “[…] comenzaron a prestar servicios gratuitos a la población. Para la habilitación del dispensario, personas anónimas donaron la compra de un gabinete dental completo, de la selecta marca Ritter, que contaba con Rayos X y otros adelantos de la época, valorado en cinco mil dólares”. (25 Este gabinete era atendido por médicos locales y también contaba con una farmacia donde se distribuían medicinas gratuitas entre la población.
El colegio fundado por las Oblatas en 1925 se ubicó primero en la calle Contaduría número 39 -que luego, con la nueva numeración, cambió al 202-, enclavada en la manzana formada por las calles Salvador Cisneros (antes Mayor), Cristo o Ignacio Agramonte (antes Alfonso XII), Rosa la Bayamesa (antes San Isidro) y Lugareño (antes Contaduría), en un barrio periférico donde la mayor parte de sus habitantes eran de piel negra; más tarde, a solicitud de las propias monjas debido al incremento de la demanda de matrícula, se les vendió un terreno al lado de la Carretera Central, próximo al cementerio de la ciudad, donde se construyó la nueva escuela. (26
Es significativo que, aunque enmarcada en las inmediaciones de la zona habitacional de los negros, la instalación se erigiera junto a una potencial fuente de contaminación, cuando para la construcción de cualquier institución de este tipo era necesaria la autorización de una licencia sanitaria por parte del gobierno. El hecho habla por sí mismo acerca de la poca importancia que se daba a la salubridad de ese grupo poblacional y refleja la brecha territorial en que se colocaba a esas personas.
No debe olvidarse que la población negra de Camagüey desde el período colonial se diferenciaba de la del resto del país, pues en su mayoría no tuvo vínculos estrechos con el trabajo de plantación ni con el trapiche de los ingenios, más bien laboraba en la ganadería, el servicio doméstico y en los oficios artesanales, prácticas que requerían de una mayor preparación. Estas condicionantes sociales contribuyeron a que en Camagüey emergiera una “fuerte burguesía negra y mestiza”. (27
Esto, lejos de disminuir las diferencias raciales, debe de haber contribuido a incrementarlas y a elevar, a su vez, los sentimientos racistas enarbolados por una burguesía blanca que no podía aceptar ser igualada por los negros.
Las familias negras que contaban con recursos financieros o que habían llegado a tener entre sus miembros a profesionales exitosos optaban porque sus hijos asistieran a escuelas privadas para garantizarles un buen futuro y una mejor ubicación en la estructura social, aunque, por supuesto, el color de su piel era el estigma que lastraba su competitividad en una sociedad diseñada para el avance de los blancos.
Los negros estaban insertados en entornos de competencia y de lucha donde tenían que demostrar el doble del esfuerzo y capacidades con respecto a sus conciudadanos blancos, y su acceso a otros niveles de enseñanza estaba sujeto a mayores exigencias.
Los requerimientos para el ingreso al bachillerato venían ya muy bien engranados desde los niveles de enseñanza precedentes en los colegios religiosos, y por circunstancias históricas, cimentadas desde la colonia, a los negros se les dificultaba mucho más que a los blancos aportar las evidencias de legitimidad exigidas. El pase para la universidad era una meta casi inalcanzable para ellos. La enseñanza de las Hermanas Oblatas jugó un papel muy importante en este sentido porque brindó un sostén educativo de calidad que facilitaba el ascenso en la escala educacional.
Aun con todas estas dificultades, muchos hombres y mujeres negros de Camagüey formaron parte del cuerpo de galenos de la región, incluidos algunos que aunque no hubiesen nacido en la ciudad se asentaron en ella en busca de mejoras socioeconómicas y oportunidades laborales.
Se tienen noticias de que en 1899 Puerto Príncipe contaba con un total de 46 médicos; de ellos solo uno era negro, 28 cifra que comienza a ascender durante el período republicano. Anastasia Cruz Angulo Verdesi fue una de las primeras doctoras negras de Camagüey --en ejercicio profesional a partir del 24 de septiembre de 1919--,29 y estuvo muy vinculada al colegio de oblatas y a los familiares de los niños que asistían al mismo, (23 fue presidenta de la Sociedad Victoria del Comité de Damas, de una sección de declamación y de una academia musical para señoritas.30
También se ha indagado por Fernando Oms Molina, quien ubicó su consultorio en la calle General Gómez número 5 y en los inicios de la época republicana, cuando todavía no se conocían los especialistas y el médico tenía que hacer toda la medicina, Oms ya se había diplomado de médico interno en la especialidad de Cirugía, que cursada en La Habana, además de realizar partos y ser especialista en niños. (31)
Asimismo, en las páginas de la medicina es digno mencionar a Pedro M. Monreal Valdivieso, quien se convirtió en un ilustre ortopédico camagüeyano, (32 a pesar de que el tratamiento de huesos, la traumatología y la ortopedia eran ejercidas por todos los doctores. Monreal Valdivieso se considera el pionero de esta especialidad en Camagüey, es quien abre la etapa de una anestesia especializada y correcta en momentos en que ésta era suministrada de modo rutinario, con el empleo de éter. (33
El doctor Fernando Bastián Milán comenzó a ejercer el 25 de mayo de 1939 y desde muy temprano descolló como un científico orgánico, destacándose por su dominio pleno del francés, lengua extranjera que enseñaba en la Escuela Normal para Maestros. Trabajó como médico interno y laboratorista en el Hospital General y posteriormente se especializó en vías urinarias. Publicó numerosos artículos en el Boletín del Colegio Médico de Camagüey, entre los que son muy conocidos Intoxicación por el sublimado (29 y Ácido Mandélico y Sulfanilamida. (34
Otros médicos negros significativos del período fueron Pedro Emilio Florentino Abad Jiménez, quien laboró como director técnico del dispensario de medicina rural en el Central Macareño y luego se trasladó a Camagüey como médico del Hospital de Emergencias; 35 Pedro Casalís Valero, especializado en Medicina Interna y Cardiología; (36 José Enrique Delgado Pozo, especialista en Cirugía; Inés Elena Fortún Pérez, graduada en 1953 y especialista en Ginecología y Obstetricia y Marco Meruelo Torriente, especialista en piel y Sífilis.37 Un médico que merece una especial mención en este período fue Demetrio Patrocinio Diego Carbonell Céspedes, llamado “el médico de los pobres”, nacido en Sagua La Grande, que se graduó en 1929 y desde el 13 de agosto de 1937 (38 se trasladó a trabajar en Camagüey. Primero ubicó su consulta en la calle Lugareño 310 y luego en la calle Hospital número 261, actual residencia de la familia Carbonell). (39 Fue este un médico muy popular, ejerció como interno en el Hospital de Emergencias y desde 1941 se convirtió en el segundo director de la Jefatura de Salubridad, además de haberse especializado en medicina forense y deportiva. Con el triunfo de la Revolución cubana se vinculó al Instituto Nacional de Deporte, Educación física y Recreación (Inder).
Otros profesionales, como lo son Roberto Correa Garcés, Orlando Hernández Segundo, Ramiro Neyra Oviedo, Olga Porro Miranda, José Jiménez Mesa, Rosa Caballero del Risco, Amaranto Borges Alfonso, Gladys Veloso, Noris Nava y Olga Padrón Montalván se habían recibido de médicos en diferentes momentos de la primera mitad del siglo XX.
Estos últimos nombres no aparecen registrados en el Colegio Médico Municipal, lo que evidencia que por alguna razón no estaban colegiados. Se conoce de su existencia porque formaban parte de la membrecía de las Sociedades de Instrucción y Recreo para negros y mulatos “Antonio Maceo” y “Victoria”. (40
Hasta el momento no se conoce de ningún médico blanco que prestara servicios asistenciales de forma regular al colegio de las Oblatas de la Providencia. Los médicos negros y mestizos, aun cuando también atendían a personas blancas, colaboraron con el cuidado de la salud de la población de su mismo color de piel en Camagüey, incluyendo a las niñas de esa institución. (22)
Por otra parte, estos médicos mantenían el vínculo con el colegio religioso, pues profesaban la religión católica, habían estudiado en la escuela o sus familiares tenían alguna relación con la entidad; pertenecían, además, a la burguesía negra o a una clase social media. La gran mayoría de los profesionales negros camagüeyanos y los familiares de las niñas y niños que estudiaban en el colegio de las oblatas pertenecían a las sociedades Victoria y Maceo. Tal fue el caso de la doctora Inés Elena Fortún Pérez, exalumna de la escuela de esas monjas; su madre fue una mujer de dinero, ya que era de las comadronas más famosas de la ciudad. (41
Las exalumnas de este colegio tenían una asociación que daba la posibilidad a las egresadas de mantener su contacto con la institución y contribuir con las monjas en diferentes labores que, con frecuencia, se extendían a la comunidad. (42
Se ha logrado esclarecer con seguridad que los principales médicos que atendían a las niñas del colegio de Oblatas fueron dos: el Doctor Fernando Bastián43 y el Doctor Demetrio Patrocinio Diego Carbonell Céspedes.22 La doctora Inés Elena Fortún prestó sus servicios profesionales de manera irregular a las religiosas y alumnas de su antigua escuela, pues además de ginecóloga era especialista en medicina general. (33
Las relaciones entre los médicos camagüeyanos y los colegios privados locales se mantuvieron hasta el año 1961, en que por ley, el 6 de junio, se nacionalizaron todos los colegios del país. La inserción de los médicos en el nuevo escenario social cubano a partir de 1959 fue diversa. Las oportunidades y niveles de acceso gratuito a la educación y la salud, diseñadas para todos por igual sin importar el color de la piel, permitieron la inclusión y disfrute de sus beneficios a negros y blancos sin distinción.
Conclusiones
El estudio realizado permitió revelar la vinculación de los médicos camagüeyanos a colegios religiosos católicos, en particular el regentado por las Hermanas Oblatas de la Providencia, monjas que educaban a niñas y niños de piel negra. Estos galenos se encargaron de atender sistemáticamente a esos infantes desde fines de la década del 30 del siglo XX y probablemente desde antes.
Ellos debieron afrontar el reto que significaba el color de su piel para ingresar a una carrera universitaria, graduarse y establecerse en una ciudad como Camagüey, donde llegaron a tener prestigio y reconocimiento.
Su contribución social en este campo reside, justamente, en la asistencia que brindaron a las monjas Oblatas, así como a las niñas y niños que se encontraban a su abrigo, segmento poblacional ignorado por los profesionales blancos.
Esa actividad paralela, aun cuando los mantenía en función de una élite social de la cual ellos mismos formaban parte, estuvo motivada por sentimientos de solidaridad hacia personas de su mismo color de piel y filiación religiosa, quienes aunque se encontraban en una escala superior con respecto a otras de esta condición racial, no llegaban a superar las brechas sociales que las separaban de los blancos; es de suponer, entonces, todo lo que debe haber significado para su condición humana recibir una asistencia médica en la que no mediaran, por lo menos, los prejuicios raciales.