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MediSur
On-line version ISSN 1727-897X
Medisur vol.15 no.5 Cienfuegos Sept.-Oct. 2017
ARTÍCULO ESPECIAL
Martí, ¿hombre de ciencia?
Marti, a man of science?
Roberto Sotolongo Echemendía
Sociedad Cultural José Martí, Cienfuegos, Cuba
RESUMEN
Por lo general, cuando se escucha la frase "hombre de ciencia", se piensa de inmediato en un físico, en un matemático, en un químico, en un astrónomo, en un biólogo, etc., pero muy pocos imaginan un científico en un humanista, en un filólogo, en un musicólogo, y mucho menos en un político. En este trabajo se presentan reflexiones dirigidas a responder la siguiente pregunta ¿fue Martí un hombre de ciencia? Y se ofrecen argumentos, desde distintos ángulos conceptuales, para enmarcar la vida y obra martianas como hombre de ciencia.
Palabras clave: ciencia, investigadores, José Martí.
ABSTRACT
In general when the phrase ¨man of science¨ is heard, One immediately thinks of a physicist, a mathematician, a chemist, an astronomer, a biologist, etc., but very few imagine a scientist in a humanist, a philologist, a musicologist, much less in a politician. In this paper reflections are presented to answer the following question: was Martí a scientist? And arguments are offered, from different conceptual points of view, to demarcate Marti’s life and work as a man of science.
Key words: science, research personnel, Jose Marti.
INTRODUCCIÓN
A propósito del coloquio Martí y la ciencia, desarrollado en la Universidad de Ciencias Médicas de Cienfuegos. En una ocasión _ creo que en el último mes del año 1991, en el curso de una acción cultural a la que atinadamente se le nombró “Encuentro con la luz y la hondura”_ decíamos que los que de alguna manera u otra estábamos abocados en el estudio de la obra martiana y de lo que sobre ella se ha escrito, sabíamos que la grandeza de Martí había provocado más de una interrogante. Hoy no es ocioso reiterarlo. Y lo traigo a colación porque no es posible ignorar las discusiones que parten de la hipótesis de si era el Apóstol un filósofo o no; o del cuestionamiento alrededor de sus dotes de lingüista. Tampoco debe olvidarse que hubo un tiempo en que los criterios se dividieron en torno al razonamiento de un posible apóstol marxista. Felizmente la idea de los que pretendieron armar un Martí marxista no prosperó; y digo felizmente no porque la errónea interpretación que se hizo del pensamiento de Marx en muchos países cayera en crisis, sino porque a la larga nos quedamos con el Martí verdadero, el que sin llegar a ser marxista, fue el más grande hombre de nuestro americano siglo XIX. En aquella ocasión a la que aludo nos convocaba la reflexión sobre la vertiente económica del pensamiento martiano. Hoy venimos aquí amparados en lo quizás sorprendente de otra pregunta: ¿fue Martí un hombre de ciencia? Tal vez fuera necesario para llegar a enunciar una respuesta, responder a su vez - o como paso previo - a las interrogantes mencionadas anteriormente; es decir, llegar a definir si fue el maestro un filósofo, o un lingüista, o un economista, u otras tantas cosas. Para ello, como es lógico, habría que emprender un camino distinto a este que hoy nos une aquí que nos exige en tan solo una hora o menos, hablar sobre Martí y sus relaciones con la ciencia. Por ello recorreré el sendero más corto, y de esa manera, si al final no llegamos a decir si hubo en Martí o no un hombre de ciencia, al menos nos quedará la semilla de la inquietud, a la que haremos germinar en empeños posteriores.
DESARROLLO
Por lo general para el común de la gente, cuando se escucha la frase “hombre de ciencia”, se piensa de inmediato en un físico, en un matemático, en un químico, en un astrónomo, en un biólogo, etc., etc., pero muy pocos imaginamos un científico en un humanista, en un filólogo, en un musicólogo, y mucho menos en un político. Los que así reflexionan tal parece que ignoran la más elemental de las definiciones de “ciencia”. Quisiera recordar ahora dos acepciones de esta palabra que puede encontrarse en cualquier diccionario de la lengua española. Son muy similares entre sí. La primera dice: <<Ciencia: conocimiento exacto y razonado de ciertas cosas>>;1 la segunda la ve como <<conjunto de conocimientos relativos a un objeto determinado>>.1 De lo que se infiere que cualquier hombre que tenga un conocimiento profundo y razonado sobre ciertas cosas, o posea un conjunto de conocimientos relativos a un objeto determinado, puede recibir el certificado de “hombre de ciencia”. Sin embargo, ¿es acertado llegar a esta conclusión? De ninguna manera. Veamos cómo pensaba el propio Martí al respecto. <<… ciencia, madre amorosa que descompone, elabora, estudia, crea…>>.2 O sea, a lo recogido en los dos conceptos mencionados habría que añadir: y que además de tener ese bagaje de conocimientos, los aplique o los ejerza; sin esto no podría, a mi modo de ver, hablarse de un hombre de ciencia, o ser un científico; o lo que es lo mismo, no pasaría de ser un erudito en una o varias materias. Pero tampoco es suficiente la aplicación de dichos conocimientos. En el concepto dado por Martí no solo encontramos las palabras descompone, elabora y estudia: aparece también una que es clave para la definición de un científico: crea. Es decir para que un hombre de ciencia sea tenido como tal no basta con que aplique los conocimientos alcanzados, sino que debe ser capaz también de añadir nuevos elementos al caudal que posee como herencia legada por otros hombres. Por ese camino, ¿sería justo negar al hombre de ciencia que hubo en Enrique José Varona, uno de nuestros más ilustrados filósofos?, ¿o ignorar al científico que había en el gran pedagogo ruso Antón Makarenco?, ¿o no reconocer la capacidad de hacer ciencia presente en uno de los hombres que nos ensenó primero en pensar: José de la Luz y Caballero? No sería razonable cualquier posición contraria en cuanto a los ejemplos señalados; a ellos se les podría poner en el mismo sitial de la ciencia en que están, digamos Carlos J. Finlay, el famoso químico ruso Mendeleev, o el ictiólogo cubano Felipe Poey. Y en este punto, la curiosidad vuelve a rondarnos: ¿Y en el caso de Martí? Voy a recordar algo a lo que siempre acudimos cuando nos parece estar ante un hombre de ciencia: me refiero a los títulos académicos. Martí los tuvo: llegó a alcanzar en España el grado de Licenciado en Filosofía y Letras y el de Licenciado en Derecho Civil y Canónico en el año 1874, sin embargo ¿tan solo por esto podríamos simpatizar con la idea de un Martí científico? No, desde luego. ¿Cuántos cubanos, en la misma época que él los logró, no llegaron a tener iguales títulos?, ¿y quién se acuerda de ellos?; ¿quién guardará en su memoria los nombres de quienes hoy – entre ellos yo - ostentamos el título de Licenciado en esto o aquello? Nadie, es lo más seguro. ¿Por qué? Pues porque en ningún caso - y me atrevo a ser absoluto - la capacidad de razonamiento y de profundidad en una u otra rama del conocimiento depende del grado científico que se exhiba. Yo, que tuve la suerte de realizar mis estudios de filosofía en la otrora Unión Soviética, conocí a muchos doctores en Filosofía y leí sus obras publicadas, y les puedo asegurar que con leer uno solo de los libros que publicara uno de ellos bastaba para conocer a los demás, pues se copiaban entre sí. Ninguno de ellos tuvo la capacidad científica previsora de Lenin para avizorar los problemas capitales que ya aquejaban y aquejarían a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hasta hacerla desparecer. Muy por el contrario, en una suerte de apología enervante habían creado el concepto de “socialismo desarrollado” que hacía ver que la URSS estaba ya casi con un pie en el comunismo. Y todos sabemos lo que pasó. ¿Podría llamárseles científicos a esos señores doctores? Por cierto, debo aclarar que me estoy refiriendo únicamente a autores que desarrollaron sus obras en el campo de las Ciencias Sociales. Todos sabemos el prestigio de que gozaron y gozan las Ciencias Naturales y Exactas en aquel inmenso país. Nombres como el del químico D.M.Kirushkin, o de los profesores en Ciencias Biológicas V.V. Majovko y P.V. Makarov, o del físico V. Volkenshtein son inolvidables. Y en el campo de las Ciencias Médicas no es posible dejar de mencionar – entre muchas otras – el Atlas de Anatomía Humana de Sinelnikov, o la obra Anatomía y Fisiología Humana, de Tatarinov. De modo que estamos en la obligación de rechazar un argumento tan frágil como este. Tampoco nos ayudaría en nada sacar a relucir fríamente el amplísimo horizonte de conocimientos que abarcó la inteligencia del Apóstol. ¿Qué nos queda pues? Ustedes seguramente no desconocen que, además de su capacidad y vocación como orador, poeta, maestro y escritor de singular valía, Martí fue un perenne divulgador de los logros de la ciencia y la técnica de su época. Es suficiente mencionar dos ejemplos: el clásico de La Edad de Oro, revista, no por mero juego de palabras llamada de recreo e instrucción, donde_ recordemos - se habla, entre otras cosas, de los adelantos exhibidos en la famosa “Exposición de París”, o de la Galería de las Máquinas; el otro ejemplo es el de la Revista La América en la que Martí divulgó <<numerosos logros de la tecnología que podrían aprovecharse en función del avance productivo>>.3 Mas no es esto tampoco lo que proyecta a José Martí como un posible hombre de ciencia, aún cuando ya esto nos aproxime a la verdad que buscamos. Prefiero a esta altura de mi exposición empezar a referirme a rasgos notables del pensamiento martiano que lo convirtieron en un hombre de avanzada en el progreso humano de su tiempo. Pues bien, esta verdad estuvo de igual manera presente en el modo de reflexionar del Apóstol, es decir defendió la necesidad de, en el momento de analizar un objeto <<desnudarlo de lo que tiene de accidental>> (o sea no contentarse con el fenómeno) <<para ver lo que hay en él de permanente>> (o lo que es lo mismo: llegar a conocer su esencia). Y este es un segundo rasgo de importancia de su pensamiento. Pero donde tal vez más nos sorprende José Martí es en su fabulosa tesis acerca del: En fin, señores (o compañeros, que me gusta más) ¡cuántos elementos más pudiéramos argüir! ¡Qué bien si hoy tuviéramos tiempo para hacer hablar a Martí en esta misma cuerda, hasta que la noche nos cubra con su luz de estrellas!... No obstante lo haremos volviendo la mirada hacia su paradigmático ensayo “Nuestra América”: “En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quieren que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yankees o francesas, y aspiran a dirigir a un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, -sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer los elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlo. Viene el hombre natural, indignado y fuerte, y derriba la justicia acumulada de los libros, porque no se la administra en acuerdo con las posibilidades patentes del país. Conocer es resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad Americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. No es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”.4 Pero ya aquí tenemos el derecho de volver a insistir en la pregunta inicial: ¿fue Martí un hombre de ciencia? Y si todavía hay alguien que no se atreve a tomar partido en la respuesta, ya sea negando o afirmando, entonces lanzaría la siguiente interrogante: ¿pudo no ser un hombre de ciencia el que ¿Acaso no lo fue - digo un hombre de ciencia - el que vio impostergable la necesidad de: Y de lo que se necesita es de hombres libres, pero simultáneamente útiles a la sociedad, hombres que practiquen la generosidad como contrapartida del egoísmo, y que logren el triunfo en la vida sin empañar la conciencia ni comerciar con el decoro.
CONCLUSIONES
¿A que más razonamientos? Díganlo ustedes ya, ¿fue o no José Martí un hombre de ciencia?... Y cuando meditemos en la respuesta, hoy a 164 años de su nacimiento, no pensemos en el oscuro barranco ni en el luctuoso cañón del río, no en el dagame ni en el fustete; no miremos hacia la llanura que presenció el clímax de su calvario. Tengamos a la vista, al alcance del aliento, en nuestros corazones, aquella certitud suya al sentenciar: <<mi verso crecerá: bajo la hierba/ yo también creceré>>8 ¿Y quién duda que desde debajo de las briznas de hierba resurge en un constante nacimiento, el ánima martiana multiplicada en perpetuo crecimiento a partir de su ejemplo y de la herencia que ya nadie podrá borrar jamás?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. Pequeño Larousse Ilustrado. Buenos Aires: Ediciones Larousse; 1976. p. 224
2. Martí J. Escenas Mexicanas. La sociedad de Historia Natural. En: Obras Completas. T 6. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 285
3. Martí J. La Revista Universal. En: Obras Completas. T 8. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 249
4. Martí J. Nuestra América. En: Obras Escogidas. T 1. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1991. p. 157-68
5. Martí J. Carta al director de La Nación. En: Obras Completas. T 11. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 292
6. Martí J. Folleto Guatemala. En: Obras Completas. T 7. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 149
7. Martí J. México. La Ley de la veneración-La juventud descuidada-El liceo Hidalgo. En: Obras Completas. T 6. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 306
8. Martí J. Flores del desierto. En: Obras Completas. T 16. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 235
Recibido: 09 de octubre de 2017.
Aprobado: 18 de octubre de 2017.
Roberto Sotolongo Echemendía. Licenciado en Filosofía. MSc. en Arte Filosófica. Sociedad Cultural José Martí. Cienfuegos. Correo electrónico: scjosemarti@azurina.cult.cu