Estimada editora:
Hemos leído con sumo interés el manuscrito de Beldarraín1 titulado “La información científica confiable y la COVID-19”, donde el autor realiza una impecable crítica sobre el excesivo número de publicaciones relacionadas con la COVID-19, lo que dificulta el proceso de evaluación por pares y pone en duda la calidad de los manuscritos, ya que gran parte de estos se publican bajo la modalidad preprints. No obstante, el autor enfatiza principalmente en la búsqueda de la investigación científica por parte de investigadores y actores del área de la salud, quienes son los que están relacionados comúnmente con este tipo de información.
No se puede olvidar que la principal responsabilidad frente al manejo de la pandemia por COVID-19 corre por parte de la población en general, para la cual el cumplimiento de las normas básicas de bioseguridad -como el uso de tapabocas, el distanciamiento social, el lavado constante de las manos, entre otras medidas- constituye el arma fundamental para el control de la propagación de la enfermedad. Por lo tanto, es necesario corregir la problemática actual que han generado los pensamientos conspirativos sobre la génesis del virus, el uso de instrumentos diagnósticos y los protocolos en el manejo de los enfermos o fallecidos, producto de la información falsa.
La información falsa (Fake news) constituye un problema de salud pública, toda vez que influye poderosamente sobre la toma de decisiones por parte de la población general en materia de salud, lo que dificulta el proceso de percepción de la evidencia por parte de la comunidad. Tejada y otros2 exponen el caso de la automedicación promovida por medios de comunicación en Perú durante la pandemia por COVID-19, la cual es soportada muchas veces por figuras de autoridad, como políticos o incluso médicos, mientras se presenta como un grave peligro por el riesgo de efectos secundarios farmacológicos, lesión de órgano blanco por consumo de productos nocivos, y la generación de resistencia bacteriana por el empleo indiscriminado de antibióticos.2
Un estudio dirigido por Moscadelli y otros3 encontró que los tópicos relacionados con más frecuencia con noticias falsas en la pandemia corriente son: el origen del SARS-Cov-2 (escape accidental de un laboratorio en Wuhan, creación del virus por medio de la bioingeniería, la no existencia de una relación zoonótica y la existencia de un complot por parte de los gobiernos para utilizar el virus como arma biológica); el tratamiento del mismo agente (el consumo de vitamina C es una intervención protectora contra el virus, el consumo de vitamina D es una terapia efectiva para combatir la COVID-19, y el consumo excesivo de ajo previene la infección viral); y la relación entre el SARS-Cov-2 y la tecnología 5G (uso de esta tecnología para la propagación del virus).3
Claramente, la difusión de esta información falsa en las redes sociales y otros tipos de medios componen una barrera colosal para la educación de la población, pues se puede contemplar un tipo de paranoia social y un fuerte rechazo de la evidencia expuesta por profesionales de la salud capacitados, y queda como única opción aferrarse a esta información debido a la falta de conocimiento para analizar y criticar datos de esta índole.
La alfabetización científica es el proceso de educación básica y continua que se lleva a efecto en la población general, en la búsqueda de establecer conceptos basados en la evidencia de diversas áreas que permitan desarrollar el pensamiento crítico de la información en ciencia, a través de la investigación de calidad, la prudencia, el escepticismo y el entendimiento de datos, que finalmente promuevan la toma de decisiones soportadas en la evidencia en la sociedad. Se ha estipulado que la ciudadanía se desenvolvería mejor si adquiriera una base de conocimientos científicos, dado que las colectividades se ven cada vez más influidas por las ideas y los productos de la tecnología y la ciencia,4 por lo que es imperativo no ser ajeno a estos temas, que se perfilan como los absolutos de la posterioridad.
Específicamente en lo concerniente a la toma de decisiones en el área de la salud, indudablemente este proceso sería más eficaz y productivo si la población invirtiera tiempo en revisar la evidencia de la calidad de fácil acceso, en vez de apoyar pensamientos conspirativos que le restan valor a las investigaciones en salud, y ponen en riesgo la integridad de la comunidad.
El diseño de una política pública que instaure como medidas obligatorias la educación continua y la alfabetización científica en la comunidad por parte de un grupo de expertos; la recomendación permanente del uso de la información publicada en páginas de sociedades científicas e institutos oficiales (principalmente infografías);5 la restricción estricta de la difusión de información falsa por las redes sociales; la limitación en la compra de medicamentos sin prescripción médica y la reevaluación de la información divulgada por figuras de autoridad, entre otras, conforman las estrategias que contribuyen a disminuir el riesgo de malas prácticas en salud, y al mismo tiempo favorecen el proceso de inclusión de la alfabetización científica, actividad indispensable para mejorar la comunicación en salud en la población general.